No soy mitómana y nunca he entendido la pasión por los autógrafos, que entiendo que han sido arrasados en el universo groupie por los selfis. Allá por mi prehistoria forré algunas carpetas con fotos de Bryan Adams, Rafa Pascual y alguna suerte de ídolo infantojuvenil del que, imagínate tú la cosa, ya no me acuerdo. Así que nunca he sido de ir a asaltar a los hoteles a cantantes, escritores, periodistas, humoristas o deportistas, aunque me las haya ingeniado para ir a todos los pequeños conciertos de Mikel Erentxun de los que me he ido enterando, aunque me haya sentado en la última fila de la presentación de un libro de Pérez-Reverte, aunque conserve una foto de la etapa universitaria con Ramón Pellicer, aunque recorriera un par de kilómetros para ir a un partido de la selección española de voleibol o aunque me sentara sola en un teatro para ver a Faemino y Cansado.
Pero a pesar de todo eso hay un comentario que no perdono cuando paso, acompañada, por el hotel de la ciudad en el que en el 2007 se alojó una de las científicas más importantes del país durante una visita a Ourense para impartir una charla en el campus. «Aquí entrevisté yo a Margarita Salas», digo siempre, levantando mucho las cejas, sabiendo que sueno un poco agüela. No es solo que mi yo de letras admire de forma automática a cualquiera que se dedique a las ciencias. Es que su aportación a la investigación (y al papel de la mujer en la investigación) bien merecen que una se ponga en plan fan. Como lo soy de todas aquellas ourensanas que en institutos, hospitales, empresas o centros universitarios han hecho de la ciencia su modo de vida y de su trabajo un ejemplo para las profesionales del futuro.
Con Margarita Salas charlé, no durante mucho rato, en los sofás de piel marrón del vestíbulo de aquel hotel. Curiosamente trece años después entrevisté allí mismo al alcalde de Ourense. Qué cosas.