Fue primero un reducto para enfermos, después el orgullo del barrio y más tarde un arenal mutilado Cuentan que en un libro de esoterismo figura la playa del Lazareto, de Spain, como uno de los tres puntos del mundo más adecuados para realizar una sesión de espiritismo. Son pocos en Os Castros los que se creen esa leyenda urbana, pero si alguien invocó a los espíritus desde ese arenal, no hay duda de que logró atraer a los peores. El Lazareto es un arenal maldito. Fue un reducto para enfermos, se abrió después a la ciudadanía y más tarde fue mutilado para instalar unos astilleros. El Paseo de Oza lo convirtió en acera arenosa bañada por agua sana. Acabará sus días como basurero. Nadie se podrá dar un chapuzón en esas aguas malditas, que, sin embargo, nunca engulleron persona alguna. O eso dicen.
18 mar 2001 . Actualizado a las 06:00 h.A finales del siglo XIX, los buques que retornaban de América no paraban en A Coruña porque la ciudad carecía de lazareto. El 12 de agosto de 1888 se inauguró uno en el castillo de Oza. Marineros, soldados y emigrantes enfermos pasaban la cuarentena entre sus muros y se daban paseos reconstituyentes por la playa. Tiempo de colonias. En 1931, los vecinos de Os Castros llegaron a un acuerdo con la dirección del Sanatorio Marítimo de Oza para poder usar la playa. Enfermos a unas horas; vecinos, a otras. Ése fue el acuerdo. Ahí empieza la era dorada del Lazareto. Era base de embarcaciones de recreo y pesca, y allí, a lo lejos, se veían las mejilloneras, hasta las que nadaban los niños en carrera amistosa. Sobre su arena mojada pulió su fútbol Amancio Amaro, que trazó recortes imposibles en concurridas pachangas playeras antes de ganar Ligas y una Copa de Europa para el Real Madrid. La playa estaba rodeada de laderas de verde abundante, donde se reunían los vecinos para dar alegría al estómago a la hora de comer. Y, después, vuelta a la playa. Convertida en cala Aquello se acabó. Os Castros fue mutilado en 1969. Al barrio le extirparon su playa para hacerle hueco a unos astilleros. Quedó reducida a una cala. Había más rocas que arena. Pero los vecinos siguieron fieles a ella. Apilados, reeditaron cada verano la ancestral costumbre del chapuzón en el Lazareto. Hoy día, ese robo habría causado una movilización ciudadana. Entonces, en tiempos de dictadura, la reacción quedó reducida a un cabreo generalizado jamás expresado en público. La misma rabia contenida había causado unos años antes el derribo de lo que quedaba del castillo de San Diego, que dejó paso a las instalaciones de la refinería. En 1994, la Autoridad Portiuaria compensó a Os Castros. No le devolvió el Lazareto, pero le regaló una playa artificial, la de Oza. El antiguo arenal desapareció: se convirtió en un tramo del paseo marítimo. Pero sus aguas siguieron siendo concurrida zona de chapuzón. Este verano, nadie se atreverá a sumergirse. O quizá sí. «Hubo quien se bañó en O Portiño el año en que se cayó el vertedero», recuerda un vecino.