Vigor y belleza Un clásico que se renueva

CESAR WONENBURGER Rubén Ventureira A CORUÑA

A CORUÑA

CRÍTICA MUSICAL | O |

12 abr 2003 . Actualizado a las 07:00 h.

Dijo Brahms en una ocasión que si hubiese sabido que se podía escribir un concierto para violonchelo como el de Dvorak, lo hubiera hecho él años antes. Lo cual que el hamburgués, tenido por uno de los tres grandes (junto a Bach y Beethoven) no habría mostrado ningún reparo en firmar una obra con la sólida factura formal y la infinita inspiración melódica que exhiben la del checo, aún tildado con inmerecido desdén de ñoño. Con un fenómeno de la talla de Maiski, en plena madurez como intérprete, dueño absoluto de todas las posibilidades de su instrumento, queda suficientemente claro que el Concierto en si menor es una obra maestra. Arropado por una magnífica Sinfónica (soberbio, una vez más, Alberola; lástima que se vaya), el músico de Riga recreó a placer una partitura en la que se concilian vigor y belleza a partes iguales. De todo hizo gala Maiski exhibiendo un sonido cálido, aterciopelado y poderoso. Enérgico y ajustado en los ataques; noble, pleno de matices y vivos colores su fraseo, hizo comprender por qué la sonoridad del violonchelo es la más parecida a la voz del hombre. Fue merecidamente ovacionado. Con los compositores rusos, del período estalinista, está el asunto de tener que buscarle siempre significados ocultos a sus pentagramas, mensajes cifrados en los cuales, supuestamente, el músico se rebela contra un poder opresor que le obliga a escribir lo contrario de lo que a él le hubiese gustado exponer. Con la Quinta Sinfonía ocurre que algunos comentarista la citan como la obra más feliz de su autor, mientras otros ven encarnada en ella la amargura y el pesimismo de un hombre dividido entre el deber y el ser. En fin. No es Víctor Pablo un director dado a filosofías; le preocupan más cuestiones como la alquimia y la disposición del sonido, que la música fluya transparente, ordenada y clara, que el concepto. Todo eso quedó bien expuesto en una Quinta con estallidos de una violencia al límite de lo tolerable y un perfilado lirismo, pero que no transmitió ni su sentido trágico ni ese punto de acidez, de sarcasmo cruel, que desprende esta inquietante partitura. Sinfónica de Galicia. Víctor Pablo, dir. Mischa Maiski, violonchelo. Obras de Dvorak («Concierto en sí menor») y Prokofiev («Quinta sinfonía»). Tenía fe en el chocolate José Nóvoa Moure. En que le iba a ir bien ligando su suerte empresarial a la de este producto. De ahí que este ourensano de a Peroxa llamase La Fe Coruñesa a la tienda que abrió en la calle Riego de Agua en 1926. Ahí sigue, en la misma vía. La fe chocolatera se ha transmitido de generación en generación. La cuarta, la del joven Miguel Nóvoa, es la que ahora está al mando del establecimiento. Aunque sigue teniendo mano, mucha, el padre de éste, José Miguel Nóvoa, nieto del fundador. Toma la palabra, precisamente, el tercer eslabón de la cadena familiar. «Llevo el chocolate en las venas», sentencia. Él y los suyos, los Nóvoa. Aplicando la filosofía del «renovarse o morir» han sabido mantener boyante el negocio.La enésima metamorfosis de La Fe Coruñesa se vivió ayer. Ha desaparecido el antiguo almacén, de 60 metros cuadrados. Ahora forma parte de la tienda, que crece hasta los 170 metros cuadrados. Como esta parte del local da a la calle Franja, el establecimiento pasar a tener entrada por dos céntricas rúas. Vaya lujo. Como todo lo que se despacha de puertas para dentro. Al ganar espacio, se puede diversificar más la oferta. «En la parte nueva vendemos chocolates de importación, muy especializados, de Cuba, Tanzania, Santo Domingo... También chocolates suizos rellenos de licor y 65 clases de bombones de los maestros belgas, que son en estos momentos los mejores», enumera José Miguel Nóvoa. Cascarilla tradicional Y se siguen ofreciendo productos de toda la vida, pero en nuevo formato. Como el chocolate a la taza clásico, con patente de La Fe Coruñesa, que se vende en tabletas de un kilo y 200 gramos. Antes, lo máximo eran 300 gramos. ¿Por qué tan grande? Porque lo piden mucho, y en gran cantidad, los foráneos. El local atiende pedidos «de Madrid, Málaga, Huesca, Sevilla, Marbella, de todas partes». Alta es también la demanda de cascarilla. «No damos abasto. La producción no llega para cubrir todos los pedidos que recibimos», asegura José Miguel Nóvoa. La Fe Coruñesa despacha al año unos 5.000 kilos del producto que, antaño, sirvió para apodar a los coruñeses. «De Ferrol llegan muchas peticiones», resalta el propietario. Hay cascarilla a la venta hasta en los supermercados, pero Nóvoa matiza que no es la misma que venden en su tienda. «La nuestra es la auténtica. No es polvillo». Con el paquete, por cierto, La Fe Coruñesa adjunta la receta tradicional.