Benedicto XVI estaba ayer en Malta, adonde llegó a las cinco de la tarde para una breve visita de 26 horas, pero la atención se volcó en las nuevas revelaciones sobre el escándalo de la pederastia, que eclipsaron de nuevo su actividad. Las noticias llegaban de España y agudizaban aún más la crisis: durante una conferencia en Murcia, el viernes, el cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación del Clero de 1996 al 2006, implicó al propio Juan Pablo II en la política de encubrimiento de curas pederastas, una grave afirmación que precipita definitivamente el examen de las responsabilidades de Wojtyla, una cuestión que hasta ahora permanecía dormida y condicionada por su proceso de beatificación, que se quería acelerar.
Castrillón, de 80 años, habló en defensa propia por la polémica surgida el día anterior. Una carta suya del 2001 de solidaridad a un obispo francés castigado con tres meses de prisión por no denunciar a un cura pederasta condenado a 18 años de cárcel. En su misiva, el cardenal lo felicitó por su actitud y llegó a decir que era un ejemplo para los demás obispos. El Vaticano reaccionó el jueves con una dura desautorización, una nota del portavoz, Federico Lombardi, que alegaba que esa «no es la línea de la Santa Sede» y que así se demostraba la necesidad que había entonces de unificar y endurecer la gestión de los casos, cosa que en teoría habría hecho la circular De delictis gravioribus, del 2001, aunque es cuatro meses anterior a la carta de Castrillón y en ningún sitio indicaba el deber de denuncia, sino que imponía el secreto pontificio.
Pues bien, Castrillón asegura ahora que esa asombrosa carta fue avalada por el proprio Juan Pablo II: «Después de consultarle y mostrársela, escribí una carta al obispo, felicitándolo como modelo de un padre que no entrega a sus hijos». «Me autorizó el Santo Padre para que enviara esa carta a todos los obispos del mundo y la pusimos en Internet», añadió. Si es verdad, hace saltar la línea de defensa de la Santa Sede en el escándalo, que asegura que se cooperaba con las autoridades.
Al ser preguntado ayer dos veces en una rueda de prensa, Lombardi no quiso responder. «Estoy en Malta y hablo de la visita de Malta», replicó, tras alegar que no quería entrar en una «cuestión técnica de fechas», pues la doctrina, en teoría, ya estaba aclarada cuatro meses antes de la carta de Castrillón.
El caso es el del obispo de Bayeux, Pierre Pican, condenado en Francia por no haber denunciado al abad René Bissey, acusado de pederastia. Pican lo supo por la madre de uno de los pequeños, no en secreto de confesión. Castrillón, en cambio, lo justificó el viernes diciendo que «había recibido una confidencia», como si fuera en confesión. Pero no es lo que dijo en su carta del 2001, en la que solo se refería al «secreto profesional» de la relación del cura y su superior, «un lazo muy especial de paternidad espiritual».
Para terminar de empeorar el cuadro, que revela la fractura interna de la Iglesia a la hora de afrontar el escándalo, entre la limpieza con autocrítica y la defensa a ultranza de los sectores más conservadores, Castrillón fue aplaudido por importantes prelados presentes en la sala, como el cardenal Antonio Cañizares y el arzobispo de Zaragoza, Manuel Ureña. Según un cronista del diario La Verdad, varios arzobispos y cardenales lo abrazaron e incluso le hicieron «carantoñas». Lombardi tampoco quiso comentarlo.
Esta fue ayer la noticia del día en Malta, una prueba más de que el escándalo, lejos de ser afrontado y resuelto, enturbia cada día la agenda del Papa.