«EL DEMONIO BAJO LA PIEL»
Director: Michael Winterbottom. Intérpretes: Casey Affleck, Jessica Alba, Kate Hudson, Bill Pullman.
Entre la docena de películas basadas en las novelas de Jim Thompson, grande de la serie negra junto a Chandler y Hammett, la más conocida es, sin duda, La huida, adaptación personal de Sam Peckinpah. Y las más raras son Los timadores, de Stephen Frears, y Coup de torchon, relectura de 1.280 almas, dirigida por Tavernier.
Aunque existe una versión descafeinada de The killer inside me, interpretada en los setenta por Stacy Keach y la gran Susan Tyrell, El asesino dentro de mí siempre fue novela codiciada por directores de la talla de Kubrick o Tarantino, implicados en proyectos abortados por la brutalidad indisimulable de la novela más dura de Thompson.
Pero lo cierto es que ha valido la pena esperar, pues la versión que nos llega ahora es francamente perversa, seca, insondable y turbadora, aunque a la crítica cegata no le haya gustado. Todo el universo sombrío y pesimista, irracional, violento y sin esperanza de Thompson está aquí condensado como en ninguna otra adaptación. Dirigida con una arriesgada planificación de entomólogo, llena de sugerencias y una no menos sorprendente propuesta de reparto.
Y es que la primera valentía es escoger a Casey Affleck, actor de físico antipático, inolvidable Robert Ford, asesino de Jesse James en versión reciente del mito del Oeste, y aquí soberbia bestia vomitiva e impresionante Edipo. La mirada azul, blanca más bien, de tiburón ciego, del hermano menor de los Affleck llena el filme como una náusea continua que acompaña al sheriff psicópata, monstruo asocial que no deja de mirarse a los espejos intentando reconocerse, porque nada ni nadie es lo que parece en el despiadado universo thompsoniano. Y nunca, ni de lejos, tuvo Jessica Alba una encarnación tan perturbadora como esta prostituta enamorada, masoquista suicida, trasunto redivivo de la madre del protagonista en amarillentos flashbacks. Conmovedoras son su dureza y su fragilidad, las lágrimas y la sonrisa mezcladas, apretadas por un cinturón en el cuello.
La luz sobreexpuesta, de pesadilla, el tiempo dilatado, la música en sordina, con Fever y Una furtiva lágrima sonando entre el caos congelado. Todo crea una atmósfera asfixiante, brutal, pero nada complaciente en la que es, por encima de I want you o de El perdón, la mejor película de Michael Winterbottom.