Nada es lo que parece. Ni siquiera la tarta que lanzaron ayer a Rupert Murdoch en el Parlamento británico. Aquella bruma blanca no era nata montada, sino espuma de afeitar. Hasta ahí llegan las dobleces del escándalo cuyos truenos resuenan sobre Gran Bretaña. A esta historia no le falta de nada. Un magnate al estilo de Ciudadano Kane apretando las teclas de un país ajeno, un tabloide despiadado y centenario, una directora pelirroja, escuchas ilegales, políticos en la cumbre abrigados por amistades peligrosas, jefes de prensa que van y vienen, policías de Scotland Yard que presuntamente abrieron sus bolsillos, detectives zambulléndose en pestilentes ciénagas, la corona... Y hasta un muerto clave en la trama. Es como si un escritor de novela negra hubiera sido víctima de una sobredosis de imaginación. Todo tan barroco y, sin embargo, tan real. Ni el profesor Moriarty le había dado tal paliza a la imagen del estamento policial británico.
NDecía un personaje de Le Carré que Panamá era Casablanca sin héroes. Quizás esa sea la fotografía del mundo a los ojos de Murdoch. De la prensa, la policía y la política. Aunque el hecho de que este océano de lodo saliera a la luz para salpicar a tantos poderosos demuestra que no todo está perdido.
Un empleado de News of the World incluyó mensajes en las definiciones y soluciones del crucigrama del último ejemplar del periódico. «Catástrofe», «empresa criminal»... Tendrá que andarse con ojo. Como asegura otro hombre de Le Carré, aquí una buena acción nunca queda impune. Y deberá tener cuidado Murdoch. Cualquier día de estos igual se afeita con nata montada.