Tuve la oportunidad de estar en persona con Ana Kiro en dos ocasiones. Una hace más de quince años, cuando aún recorría las verbenas gallegas en verano y se subió al escenario de una aldea cercana a Lugo. Al finalizar su actuación, dos adolescentes armadas con las postales de la cantante que habían repartido por la fiesta, nos apostamos en la puerta de su caravana (que hacía las veces de camerino) para buscar un autógrafo. Pese al cansancio y las altas horas, nos recibió con su mejor sonrisa y nos firmó una dedicatoria.
Años más tarde, coincidí con ella de nuevo, acompañada de su marido y ya aquejada por la enfermedad, en un encuentro digital para Lavozdegalicia.es. Me impactó su cercanía, su valentía, su optimismo y su franqueza a la hora de contestar las preguntas de los lectores acerca de su enfermedad. Y de nuevo su eterna sonrisa y su buen ánimo pese a las adversidades.