La ciudad sufrió un episodio de contagio de la enfermedad en 1890
19 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.Rápida, muy rápida. La pandemia avanzaba inexorable. Su velocidad de transmisión sorprendió a todos. El 26 de noviembre de 1889 la prensa informaba de que en la ciudad rusa de San Petersburgo miles de personas estaban enfermas y obligadas a guardar cama; incluso el zar y su familia enfermaron. No se sabía su procedencia, pero desde allí se propagó hacia Europa. El 9 de diciembre la epidemia ya estaba muy extendida en Paris y también estaban infectadas Berlín y Viena. El 10 se iniciaba en Londres y el 14 aparecían los primeros casos en Madrid. En enero de 1890 ya había cruzado el océano Atlántico y se difundía por América; en marzo llegaba a Australia. Viajaba a una velocidad sorprendente y la culpa la tenían los avances en transportes y en las redes de comunicación propiciados por la revolución industrial y el desarrollo comercial capitalista. El ferrocarril, los tranvías y los barcos habían acortado las distancias y el mal viajaba en ellos.
La enfermedad se manifestaba súbitamente, comenzaba con fiebre alta y dolor de cabeza y su duración no excedía de cuatro días, causando una postración general; también se caracterizaba por la ausencia de congestión en el aparato respiratorio y la aparición de manchas encarnadas en la piel. Inicialmente no solía tener consecuencias graves, aunque tenía una gran capacidad de contagio y una elevadísima morbilidad. Estos síntomas confundieron a los médicos. Por eso al principio creyeron que se trataba de una epidemia de dengue, pero después la identificaron como una epidemia de influenza o grippe, vulgarmente conocida en España como trancazo. Para aliviar sus síntomas se trataba con antipirina o pirazolona. Sin embargo, tras sucesivas nuevas oleadas, la epidemia dejó de ser benigna, provocando una mortalidad relativamente elevada hasta su desaparición. Las muertes sobrevenían fundamentalmente por complicaciones respiratorias, como las neumonías o las bronquitis agudas, y afectaron sobre todo a las personas mayores de 65 años y a los niños menores de 4, teniendo mayor incidencia en los barrios pobres debido a su falta de salubridad. La pandemia era clasista.
En A Coruña, los primeros casos se dieron el 21 de diciembre de 1889 en el barrio de Garás. A finales de año ya había numerosos afectados y había aguado las fiestas de Navidad. Favorecida por un frio intenso, los contagios siguieron incrementándose. Según La Voz de Galicia el 7 de enero de 1890 el número de atacados (sobre una población de unos 44.000 habitantes) era de 6.000 y apenas había alguna familia que no tuviera algún convaleciente; también afectaba a los cuarteles. En sus inicios se mostró benigna, pero a partir de comienzos de enero la mortalidad se incrementó. El número de fallecidos diarios se duplicó, pasando de los 6 o 7 ordinarios a los 10 o 12 por causa de las complicaciones de la gripe en los enfermos crónicos de los órganos respiratorios. El 18 de enero la epidemia empezó a remitir y el 24 había cesado casi por completo.
Uno de cada ocho habitantes de la urbe en aquel año sufrieron los síntomas gripales