La única fábrica de montaje de relojes de Galicia llegó a tener 46 empleados, pero ahora liquida todas las existencias al jubilarse el último de sus relojeros
09 feb 2014 . Actualizado a las 01:29 h.Clarence, el ángel de segunda clase que ayuda al protagonista de Qué bello es vivir, afirma que cuando suenan unas campanillas un ángel consigue sus alas. Ese momento mágico del sonido de muchas campanillas, con distintos tonos y todas dando la hora al unísono, ocurría cada Navidad no solo en la película de Frank Capra sino en la fábrica de montaje de relojes Pharoreks, en A Coruña. «Era unha gloria escoitar todos eses reloxos tocando ao mesmo tempo, era unha marabilla». Esto evoca David Castelos Paredes, el último relojero de este taller, en el que «chegou a haber 46 empleados. A finais dos anos 70 faciamos unhas 300 caixas de reloxos de parede cada mes».
Fue entorno al año 1950 cuando, a poca distancia de la ubicación actual (c/México, 8), abrió un taller que empezó siendo una carpintería de muebles; luego pasó a dedicarse a hacer cajas de madera para montar la maquinaria de los relojes «caixas de parede e de antesala, que son os de pe», detalla Castelos. De estos últimos «facíanse 20 ou 30 cada mes» y algunos de ellos siguen en el local a la espera de un comprador.
El relojero va mostrando, orgulloso, llamativos ejemplares como «ese que ten 200 anos»; se trata de uno de pie de unos dos metros de alto, de aspecto barroco, con la imagen labrada de uno de aquellos trabajadores portugueses que hace años venían a serrar madera a Galicia y que en la caja del reloj sigue serrando al ritmo del segundero.
Varios relojes dan las once de la mañana, pero no es lo mismo que aquella sinfonía navideña: «Eses son de clientes e están ahí para ver si andan ben; pero daquela estaba es local cheo e poñíanse todos en hora porque en Navidad era cando máis se vendía», explica Castelos.
En la última media hora dos clientes han entrado con sus relojes en un taller que tiene los días contados ya que el último relojero se jubilará en los próximos días. «Atrasa mucho», explica la dueña de uno de ellos. «Pero, ¿cuanto y en cuanto tiempo?», pregunta Castelos. «Unos 20 minutos en poco más de una hora», detalla la mujer. Y él promete que lo mirará, para anotar luego un número de teléfono. Cuando se marcha la mujer lamenta que ahora «xa non quedan relojeros» y muestra lotes con más de 200 máquinas de relojes que han puesto a la venta. Están repartidos por unas amplias instalaciones en las que se pueden ver todo tipo de modelos, desde los de pie a los de mesa.
Evoca asimismo este especialista los años en que «vendíamos para toda España», empezando por «Santos Varela, un almacenista da Coruña que estaba en Santa Catalina». Luego, después de narrar la azarosa vida del mencionado Santos, va citando una serie de empresas, algunas ya desaparecidas, a las que surtían de relojes desde esta fábrica y que estaban en Valencia (Otero), Madrid (Giró), Vigo (Manufacturas Saifer) o Sevilla (comercial Joca).
La maquinaria que importaban para estos relojes no venía de Suiza: «Eses son os mellores pero en reloxos de pulsera, nos de pe os mellores son os alemáns», asegura Castelo, con la experiencia que le da haber empezado en el oficio hace cuarenta años. Destaca sobre todo la marca alemana Urgos «que vende maquinaria para toda Europa».
Que parezca alemán
En sus inicios, este taller se llamaba Industrias Pardillo. El nombre no parecía el más apropiado para vender relojes así que su propietario, «como a maquinaria era alemana, foi poñendolle letras polo medio ao nome para que parecera alemán», recuerda Castelos. El resultado fue Relojes Pharoreks, que sigue en la fachada del taller y en unas tarjetas en las que está también el número de la marca registrada. «O dono deixou de pagar a marca rexistrada porque calquera podía facer un reloj destes con unha pequena variación e decir que xa non era o mesmo», explica este relojero, un artesano del tiempo que en breve dejará de escuchar las campanillas de estos relojes.