El Papagayo aún busca su alma

Rodri García A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

Tras el incendio la ruina se fue adueñando de las calles que en los noventa tenían este aspecto.
Tras el incendio la ruina se fue adueñando de las calles que en los noventa tenían este aspecto. X. Castro< / span>

Un incendio obligaba a desalojar 50 viviendas de Panaderas hace ahora 25 años. Era el principio del fin de un barrio que sigue buscando su identidad

08 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

«Un colosal incendio declarado en el patio interior de una casa y que se propagó al revestimiento plástico de un edificio de nueve plantas y al techo de otros dos estuvo a punto de dejar en ruinas el barrio chino de A Coruña, si no fuese por la rápida intervención de los bomberos». Esta era la crónica con la que este diario contaba, el 22 de agosto de 1989, hace un cuarto de siglo, lo que había ocurrido en la calle Panaderas, en el Papagayo. Y aunque las llamas no arruinaron ese día el barrio sí marcaron el principio del fin de una zona que todavía hoy sigue buscando una identidad propia.

Aquel incendio, apagado a medianoche y reiniciado una hora y media más tarde, obligó a evacuar a los inquilinos de 50 viviendas, evitando así que se produjeran daños personales. Las llamas empezaron a hacerse habituales en las viejas casas y meses más tarde, a finales de enero de 1990, el saldo de otro incendio en el número 16 de la calle Papagayo era mucho peor: un muerto, Jesús Iglesias Rey, de 29 años, y cuatro heridos: su mujer, Emilia Pombo Botana, de 28 años, y tres bomberos a los que se les desplomó la techumbre y les afectó una de las llamaradas.

Languidecía así un barrio al que Camilo José Cela había inmortalizado en La familia de Pascual Duarte y del que se acabaría llevando la placa de la calle, entregada por el alcalde José Manuel Liaño Flores. En 1988, Carlos García Bayón pintaba así el barrio en este diario con su habitual prosa barroca: «La rúa del Papagayo, estrecha, alargada, umbría, húmeda, deletérea y en fermentación, se poblaba a partir del atardecer de la más variopinta clientela: albañiles, dependientes, soldados, estudiantes, pollos pera, oficinistas, cargadores, mancebos imberbes, escaparatistas, señores de puro, viajantes catalanes... Cada uno de ellos llevaba su sigilo o su algarabía, su fuego o su tristeza».

Los mitos populares y la ruina

Lo cierto es que una cierta melancolía fue adueñándose del vecindario de un lugar cada vez más en ruinas y en el que se convirtieron en mitos un puñado de personajes populares, como Pamela, moviéndose por sus angostas calles.

Poco a poco también ellos fueron desapareciendo, mientras la ruina se iba adueñando de casas y calles como la del Hospital, Tabares o la que daba nombre al barrio.

Esa decadencia, las ruinas materiales y personales, la recogieron la fotógrafa Maribel Longueira, vecina del barrio, y la poeta Luisa Villalta en el libro Papagaio (Laiovento). Ahí están en los poemas de Villalta las principales protagonistas de aquel barrio chino: «Éramos poucas tan de mañá, / porque sempre podía vir algún mariñeiro / de volta co quiñón e aquel cheiro / mais cartos limpos, frescos/ e tan canso que ven dese traballo. / A Margarida todos os homes cheirábanlle a vaca. / Non digo que algún non veña aseado, / pero ao que cheiran os homes é a allo, / por iso as meigas son todas solteiras, ou viuvas...»

Es uno de los últimos homenajes literarios a un barrio preñado de literatura pero que cuando fue reconstruido perdió su alma. Al menos así lo apuntan algún arquitecto que sentencia: «La mala arquitectura no tiene alma». Quizá por ello, el barrio del Papagayo sigue buscando la suya, una identidad que lo defina, que le haga resurgir de sus cenizas aunque, como apuntan los arquitectos, quizá el alma esté en el fondo de esos edificios con un sótano detrás de otro hasta llegar a las entrañas de la tierra.