Nuestro Fort Apache resiste impasible el asedio del centro y sus tentaciones
27 oct 2014 . Actualizado a las 11:06 h.Los topónimos no son inocuos. Las palabras traen consecuencias. Tal vez por eso los Castros tiene algo de empalizada, de fuerte del Oeste, o de la aldea de irreductibles galos de Astérix. No sé si algún nativo anda por el barrio aupado a un escudo, ni si los vecinos tienen un miedo atávico a que el cielo se desplome sobre sus cabezas, pero, cuando uno se asoma al mirador, lleva la mala conciencia de los invasores, de ser uno de esos forasteros que en las pelis americanas son cordialmente invitados por el sheriff local a dejar su motel en 24 horas:
-Este es un pueblo tranquilo y no nos gustan los extraños.
Porque, más allá de las fanfarronadas independentistas que periódicamente vienen de visita a la política nacional, los que de verdad son independientes y autosuficientes son los habitantes de los Castros. Por tener hasta tienen un globo de papel, que sueltan en las fiestas del Carmen, así que ni siquiera tienen que ir a Betanzos por el San Roque.
Tengo amigos de los Castros que llevan diez o quince años sin pisar el centro.
-A mí no se me ha perdido nada en el centro.
Cuando sacas a relucir que tampoco está mal bajar a darse un garbeo por allí, el colega ya se pone tajante.
-En los Cantones no hay nada que no haya en los Castros.
Como mucho, el indígena pata negra de los Castros se deja caer de vez en cuando por Cuatro Caminos, aunque, claro, para el nacionalista de los Castros, Cuatro Caminos, la Gaiteira o el Castrillón solo son unos barrios adosados a los Castros. De hecho, parafraseando a mi amigo Marcos de Monte Alto, para un auténtico militante de los Castros, A Coruña son los Castros y unas casas que le han crecido en los flancos.
Cuando ya se acaba la farra en los baretos locales, el auténtico ciudadano castreño (o castrista) no se va al Playa ni a la Fundación. Eso es para los pijolas del centro. En los Castros la noche se estira hasta el amanecer o así en unos afters muy particulares: en el Café Delicias o, a la vuelta de la esquina, en la cafetería de Pompas Fúnebres. Lo de beber en el bar de Pompas da un poco de yuyu, así de buenas a primeras, pero, como la funeraria, el local siempre está de guardia.
-Aquí se está bárbaro.
En los Castros (será por la huella prerromana) cuando algo mola se dice que está bárbaro.
Los Castros es el barrio con más periodistas por metro cuadrado, no sé si de España, pero al menos sí de A Coruña. Así que cuando uno escribe, tiene que tentarse bien los bolsillos y las metáforas. Cuenta uno de estos sabios cronistas, mi amigo Rubén Ventureira, que el pintor Xaime Cabanas presumía de que los Castros es el único barrio donde «el domingo sigue siendo domingo». Vamos, que se sigue cultivando el arte de ir endomingado a tomar el aperitivo -los caballeros de corbata y las señoras de vestido de flores- después de la misa en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen.
Con o sin misa de una, el vermú es una cosa muy seria en los Castros. Y la partida. En el fondo, los vecinos de los Castros son un poco los bilbaínos de A Coruña. Igual que los vizcaínos sacan pecho con su Guggenheim, en los Castros esgrimen enseguida el polideportivo de San Diego y su piscina olímpica. E igual que los del mismo Bilbao, los nativos de los Castros nacen donde a ellos les da la gana y son fieles a su cuadrilla, a su ronda por la calle peatonal -a la Gaiteira, si eres del barrio, se le llama la calle peatonal, sin dar más pistas- y a la partida de cartas en el Begoña, el mesón de Jorge, el París y otros templos del naipe.
Cuando los del centro se ponen pelmas y tratan de dar envidia con sus comercios, desenfundan el registro mercantil.
-Aquí vienen de toda Coruña a comprar zapatos en Yolanda.
En General Sanjurjo hay un Yolanda y hasta un Híper Yolanda. La avenida, además de Calzados Yolanda, zapaterías y complementos, siempre tuvo una arquitectura fina, muy estilizada y hermosa, para que la burguesía local presumiese de galerías, de balconadas, de filigranas. Pero, como en el resto de A Coruña, la piqueta fue arruinando las vistas, así que lo mejor es salirse al mirador o a San Diego y ver la ciudad con perspectiva, para achicar el feísmo con las dioptrías.
En el horizonte, además de ese «resto de la ciudad» que los vecinos contemplan con desgana, asoman el muelle petrolero y sus pantalanes de colores y el palacio del carbón, que tiene un nombre muy poético, pero que en realidad es un gigantesco galpón para descargar mineral. Cuando la carbonilla se pone espesa sobre los vidrios, los vecinos sacan las sábanas viejas del baúl y las cuelgan de las ventanas, para que la autoridad vea cómo se le tiñen de negro los bronquios al barrio.
-Un día de estos voy a dar un concierto en la calle peatonal.
Cañita Brava ya es parte del paisaje de los Castros. Cañita salía mucho en la tele, desde El semáforo y Crónicas marcianas a Vaya V. Así lo descubrió Santiago Segura, que lo puso en una peli a perseguir al sabueso Torrente por un pufo:
-Me debes seis mil pesetas de whisky.
Y así hasta Torrente 5. Hay grupos de una sola canción y actores, como Cañita, de una única frase. Pero más que actor, Cañita es cantante, y en tiempos de Palau era un fijo en el carnaval de la Torre. Incluso hacía algún bolo en la Gaiteira, con su chupa plateada y su Espikinllú.
Es domingo en Fort Apache y el barrio pasa, vestido de domingo, con su camisita y su canesú.
Los vecinos son como los bilbaínos de A Coruña, con su cuadrilla, su ronda y su partida