Los tres loros del bar Pikatoste acaparan la atención de niños y mayores
14 nov 2016 . Actualizado a las 19:37 h.Parece mentira que se pueda querer tanto a un animal, pero a Raúl Piñón y a Norma Días se les empañan los ojos cuando recuerdan a Liqui, un agaporni que se les murió hace un año y que, según confirman los clientes de su bar, «era el alma de Perillo».
Ambos regentan desde hace siete años el bar Pikatoste, situado en los bajos del mercado municipal de esta localidad oleirense.
Explican que su afición por este tipo de pájaros les llegó por casualidad, en un viaje a Portugal en enero de 2015: «Vimos a un señor que los vendía, que le subían y bajaban por el brazo, que eran muy cariñosos... Y al final nos vendió uno». Dicen que Liqui era un loro especial: «Daba besos, tomaba el vermú, daba la bienvenida a los clientes, te llamaba para que le hicieras caso y te decía: ‘‘Estoy aqui’’». Explican que se iba con todo el mundo y que los niños venían todos los días para saludarlo. «Era uno más del pueblo», confirma un vecino de la zona.
Pero justo hace un año, Liqui salió volando hacia el exterior del bar y se golpeó la cabeza con una mesa de la terraza. «Estaba jugando aquí dentro, con algunos clientes. Y, al salir, se golpeó y quedó tendido en el suelo». Raúl y Norma explican que todo el mundo preguntaba por el agaporni, de un color amarillo intenso. «Así que volvimos a Portugal, pero en esta ocasión nos trajimos una pareja; un macho y una hembra: Bartolo y Plumas». No tienen la misma inteligencia y desparpajo que Liqui, pero también son cariñosos y, según dicen sus dueños, inseparables porque este tipo de loros escogen pareja para toda la vida.
El tercer agaporni, Kiwi, llegó hace poco tiempo: «Un cliente que suele pasear por la ría de O Burgo encontró un loro en la zona del paseo. Lo cogió pensando que era uno de los nuestros y que se habría escapado. Así que nos lo trajo al local. Como nadie lo reclamó, nos lo quedamos», indica Raúl.
El caso de Kiwi es casi tan especial como el primer agaporni de la saga del Pikatoste. «Me lo he llevado a hacer el Camino de Santiago conmigo. Me acompaña y lo llevo aquí, en el hombro», explica Norma. Y él... tan contento. Sus dueños comentan que a Kiwi se lo llevan a dormir a casa porque, al estar sin pareja, les echa de menos. «Si no estamos con él se pone triste», indica Norma. Kiwi también pudo entrar al cine para ver una película y viajó a Francia en coche. «Es un aventurero», dicen sus propietarios. Claro que Liqui sigue siendo el pájaro que ningún otro podrá superar: «Es que tomaba los vinos, comía las miguitas de pan que dejaban los clientes y jugaba con ellos. De hecho, los distinguía perfectamente. Con uno, en concreto, jugaba siempre a morderlo y con otro era más cariñoso y le daba besitos», relatan ambos hosteleros. Su recuerdo sigue vivo entre la gente de Perillo y ellos tienen en el local una foto del querido loro.
Cuando el local se llena o vienen muchos niños después del colegio, Raúl y Norma meten a los tres loros en dos jaulas. Los dejan fuera, pero protegidos para que no les hagan daño ya que son animales muy delicados. «Es que a veces, cuando están sueltos, bajan al suelo a picar la hierba como si fueran ovejitas. Y como son tan pequeños y no vuelan muy bien, alguien los podría pisar», indican los dueños. ¿Y qué comida les gusta? «Nosotros les damos solo pienso. A veces comen migas de pan que se quedan en el suelo o en las mesas. Pero lo raro es que no les guste la fruta, algo que al resto de loros les suele apetecer». Aunque lo que más les gusta de todo es tener compañía.
Raúl y Norma con sus tres agapornis actuales y la foto de «Liqui», el primero que tuvieron
«A uno me lo llevé a hacer el Camino de Santiago. Lo llevaba en el hombro»