Al ver el otro día en las redes la foto de la nevada que cayó en Coruña en el 87 fue inevitable reconocer aquellos plumíferos Roc Neige que marcaban tendencia entonces. Y una imagen de repente me llevó a la otra, de pronto vi a mis amigas cruzando la plaza de Pontevedra con el bolso de Mandarina Duck con un lazo colgando y la cara más naranja que la que lleva hoy Donald Trump. Afortunadamente para ellas el color era de quita y pon (no es el caso de Trump) bajo la huella de las «Tierras de Egipto». Así que con la raya del ojo pintada, la dirección que marcaba el viernes por la tarde era la del guateque de Green. No sé en qué momento dejaron de existir los guateques y ese nombre pasó a ser parte de la historia, pero aún a principios de los noventa eran la manera habitual de dar de sí a la tarde. Sí, se podía entrar en la discoteca a esas horas y cada semana eran un colegio o un instituto los encargados de dar valor a la fiesta. A veces el guateque era de los de Jesuitas, otras de Maristas, de Salesianos, y en pocas ocasiones las del Femenino nos organizamos con ese fin. Pero nuestra presencia, todo hay que decirlo, animaba por el adjetivo.

Toda esa generación pasó por Green o se quedó encallada en las escaleras del Playa, donde a veces se bajaba volando o te quedabas atrapada una hora en el mismo escalón con la sonrisa puesta en el vídeo de George Michael: «Because I gotta to have faith, faith». Green nos ajustó al tiempo de la disco, cuando en Coruña eran mogollón y cada año abrían una distinta. Hubo alguno fijado en el mismo calendario: los viernes a Green, los sábados al Playa y el domingo a Chevalier, en Santa Cristina. Entonces la tarde noche coruñesa se jalonaba por edades y ambientes, y para la mayoría Chaston fijó la primera vez. La mía fue en Green, sin carné y sin la edad correspondiente, cuando las formas eran las comunes a los de 14 años: que te pararan en la puerta para dejarte entrar con un guiño de suerte. «¡Pasa!» En Green quemamos los 16, y a los 17 Pachá nos subió al bus para darnos otro recorrido. Antes habíamos estado en Kaselly, en la plaza de Vigo (¿o era Tuco’s?); y aunque yo no llegué a entrar en Rigbabá, sí me recuerdo en la barra de Parlamento a los 16 cuando las tardes de colegio te llevaban a Agarimo. De allí nos fuimos a Punto 3 -aún veo las paredes oscuras con los sofás al fondo-, y claro que hubo muchas más: La Real, El Cabo, Recreo, Bambina, FoxTrot, ¡qué verde!, y por supuesto, Pirámide. El templo de las mejores madrugadas, con las risas alocadas del último baile a ritmo de «bye, bye, Miss American Pie». ¡Anda que no nos hemos divertido en el camino de Green a Moom! Es verdad que se han perdido muchas discotecas en esta ciudad, pero a poco que una se fije, como en la foto del 87, todavía estamos bailando allí. A ti te veo entrar con el plumífero de Roc Neige.