Lo que esconden los portales

Antía Díaz Leal
Antía Díaz Leal CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

08 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde Alicia en el País de las Maravillas a Linares Rivas. Desde las Crónicas de Narnia a la calle Betanzos. Desde Stranger Things a Rubine. Desde El ministerio del tiempo a la calle Compostela. Es un hecho contrastado que toda dimensión desconocida necesita un portal. O varios. Una puerta misteriosa disfrazada de convencional que te lance de cabeza a un mundo surrealista o del revés, donde nada es lo que parece y las normas son otras que nada tienen que ver con esta dimensión tantas veces gris en la que vivimos.

 Tras un portalón en Primo de Rivera, se distingue una mesa enorme de madera, con las patas torneadas y sobre de cristal. ¿Habrá un portero, un recepcionista, un personaje de otra época que atienda a las visitas y aclare en qué piso vive quién o dónde recibe el notario? Un zócalo de azulejo de colores se repite en este portal y los más próximos, y se rompe de pronto la simetría al llegar a una inmensa puerta de barrotes metálicos, en una entrada con suelos de mármol y techos altísimos, que podría ser escenario de cualquier película de la Guerra Fría, plagada de agentes dobles y de mensajes en clave.

En Linares Rivas, una vecina abre la puerta de madera oscura para sacar a pasear a un perro peludo. Se llama Bob. Ella dice que este portal maravilloso era más bonito antes. ¿Antes de qué? Pues de que robaran los adornos de bronce que decoraban la puerta. Dice que Patrimonio localizó el metal robado a punto de ser fundido, pero que no van a reponerlo porque no quieren que se lo vuelvan a robar. Dentro, en un espacio cuadrado y fresco en el que la madera sube hasta cubrir media pared, han quitado los antiguos timbres de bronce y dos adornos más que lucía la puerta interior. Un doble portal que sabe dios a qué mundos lleva, tan solo siguiendo a esta mujer y a Bob más allá de la segunda puerta, allí donde se adivina una escalera capaz de atravesar tres o cuatro dimensiones desconocidas si nos atrevemos a subir.

Hay entradas pretenciosas, recubiertas de espejos, de metales brillantes, portales en los que entrabas cuando eras pequeño e ibas a casa de un amigo y pensabas que tu portal de clase media era un asco que no llevaba a ninguna parte. El suyo, a otra galaxia. Aunque vistos ahora recuerden más a alguna horterada decorada por un colega de Al Pacino en Scarface.

San Andrés esconde unas puertas de madera tallada que nadie sabe qué ocultan detrás. Misteriosas, se podían ver antes en el taller que las restauró, apoyadas en la pared, tal vez si las apartabas un poco ya revelaban algún secreto entonces. Hoy parecen guardar solo la intimidad de los vecinos. Aunque podrían ser un agujero de gusano que nos mande derechitos a cualquier universo paralelo, vuelto patas arriba. Solo hay que descubrir la clave.