Patinaje sobre el hielo de los años ochenta

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

Pista de hielo en el centro comercial cuando se volvió a instalar en el año 2010
Pista de hielo en el centro comercial cuando se volvió a instalar en el año 2010 FUCO REI

01 dic 2017 . Actualizado a las 08:16 h.

Los inviernos en una ciudad como A Coruña eran, en los primeros ochenta, muy diferentes a los veíamos en el cine. No caminábamos por la calle entre copos de nieve. No llevábamos orejeras. Y no apilábamos paquetes de regalos, llamando un taxi amarillo desde la acera cuando se acercaba la Navidad. Vivíamos fascinados por toda esa imaginería cuasi mágica que escupía la pantalla, conscientes de que nuestra realidad resultaba un tanto diferente. Los diciembres de los niños coruñeses se componían de cucuruchos de castañas, miradas fascinadas al escaparate de juguetes de Porvén, y aquellos insufribles gorros verdugos. Ni íbamos en trineo, ni tampoco patinábamos sobre hielo

Bueno, esto último cambió a finales de la década, marcando un hito en la infancia de muchos. Visto en perspectiva, cuando las pistas de hielo ya forman parte del paisaje invernal de la ciudad desde hace años con varias opciones a elegir, puede sonar muy inocente. Pero entonces resultó todo un acontecimiento. Me refiero, claro, a la que acogió el Centro Comercial Cuatro Caminos y con la que toda una generación de críos nos sentimos casi como si fuésemos los protagonistas de una película.

Instalada en el piso superior, donde hoy se encuentra el llamado rincón verde, se trataba en realidad de una pista sintética que simulaba una de hielo. Nos daba igual. Aquella sensación de excitación sorteaba cualquier sucedáneo que nos pusieran delante. Los patines con la hoja de metal. ¡Uau! Los trucos de cómo patinar que te decían los mayores. ¡Buff! Los trompazos que te pegabas. ¡Ahg! Y, sobre todo, la maravillosa sensación de deslizarse igual que aquellos niños que veías por la tele, con bufanda y gorro de pompón, en la pista del Rockefeller Center de Nueva York.

Creo que pocos chavalines coruñeses de aquellos años se saltaron esa atracción estrella. Nos hizo sentir modernos en esa época en la que la sociedad miraba al futuro con inusitado optimismo. Allí, girando y girando en la pista, con nuestros padres en las gradas vigilándonos y adoptando todos un estilo de vida que venía de fuera, se daba el paso a algo que hoy parece lo más normal del mundo. Años después la pista se quedó obsoleta y desapareció. El Coliseo acogía una de verdadero hielo. Más tarde surgirían otras amparadas por asociaciones de comerciantes o nuevas áreas. Y para los siguientes niños coruñeses patinar sobre hielo se mostraba como una opción ordinaria del ocio, igual que ir al cine, acudir a un partido del Dépor o visitar el castillo de San Antón.

Pero entonces no. Entre moratones, sonrisas y el cosquilleo de lo nuevo recorriendo el cuerpo, patinamos y patinamos hasta emborracharnos de felicidad. Sí, porque velocidad, lo que se dice velocidad, más bien tomamos poca.