Las corrientes, más que el oleaje, son el mayor peligro en la playa del Orzán

Mila Méndez Otero
mila méndez A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

Los ingenieros apuestan por el estudio de las masas de agua para evitar más tragedias

14 abr 2018 . Actualizado a las 20:01 h.

La pérdida de vidas humanas en la ensenada por la que el Atlántico se abre paso en el corazón de una ciudad edificada a sus pies pone sobre la mesa la conveniencia de mejorar la seguridad en sus accesos tras cada tragedia. La última, la de la joven Andrea Domínguez. El profesor de Enxeñería Marítima e Portuaria de la UDC Enrique Peña reconoce que no hay fórmulas mágicas, pero apunta en una dirección a la hora de estudiar el accidente geográfico: su batimetría. Esto es, sus profundidades. «Con batimetrías regulares vemos las variaciones del fondo y detectamos zonas por donde el agua incide con más fuerza. Con ellas se podrían evitar futuras inundaciones en el paseo», justifica.

Aquí Riazor y el Orzán son muy distintas. «En la última el fondo es arenoso con un perfil transversal de dos planos en distinta pendiente. Riazor es más vertical y los bajos son más rocosos, con dos excepciones: dos cañones submarinos por donde, con marea alta y temporal, el agua penetra con mayor facilidad. Están en las inmediaciones de las Esclavas y de las Catalinas, cerca de la coraza», apunta Enrique Peña.

El riesgo de la resaca

«Variables y caprichosas», así define el coordinador del Grupo de Enxeñería da Auga e do Medio Ambiente (Geama) de la UDC las corrientes de la ensenada. «Tememos al oleaje, pero son estas las que te impiden volver a la orilla. Las horizontales o en planta tienen unos recorridos circulares que dependen de factores como el estado de las mareas o la dirección del temporal. Una vez dentro, es muy difícil salir. Las verticales son las que rompen en la orilla y arrastran hacia dentro», detalla. Además, son playas reflejantes, la ola no se deshace al llegar a la orilla. Se junta con la siguiente, de ahí las fuertes corrientes de resaca. 

Los rellenos y el dique

El catedrático emérito de geodinámica la UDC Juan Ramón Vidal Romaní apuesta por «más rellenos de arena» para disipar la fuerza de las olas cuando rompen en la orilla. Una idea que comparte el ingeniero y artífice del paseo marítimo, Eduardo Toba: «Hay que extenderlos hacia el mar para que la arena se clasifique mejor en el fondo y permita un arenal más ancho». Enrique Peña subraya que estos aportes sí consiguen «alejar la zona de rotura del oleaje», pero no influyen en las corrientes.

Otra propuesta mencionada es la de un dique sumergido. «No tenemos unas Cíes como barrera», desliza Peña, para el que solo tiene sentido si se habla de «rocas naturales de un metro en los dos cañones sumergidos de Riazor». La contrapartida: «Las posibles afecciones medioambientales». Es más escéptico con un dique a lo largo de ensenada: «Con pleamar y con temporal del noroeste le haría cosquillas al oleaje. Se pueden formar paredes de agua de más de diez metros. Con bajamar, su impacto paisajístico sería enorme». Un estudio de corrientes en 3D «para delimitar las zonas de mayor riesgo» es una alternativa para Enrique Peña, partidario de medidas disuasorias en los accesos: «Luces led rojas en el suelo del paseo que se iluminen en las noches de temporal». 

Cambio climático

El IPCC, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, alerta de sus efectos en las costas. «La subida del nivel del mar, que en el Orzán podría superar los 10 centímetros dentro de unas décadas, no es la única evidencia. Se constatan más temporales de intensidad media y más seguidos, y los períodos del oleaje, los que marcan su intensidad, son cada vez más altos», informa Peña.