
Aún me tiemblan las piernas de la impresión cuando recibí por correo la propuesta. Pero ahí estaba yo, un sábado, a las 13.00 horas de la tarde, con la llave en la puerta del hotel. No podía negarme y respondí con una afirmación que debió de sonar un tanto apasionada, pero cuando una tiene el horizonte tan despejado solo puede tirarse en paracaídas y decir YES para caer en la tentación. Sin dudarlo mucho metí la tarjeta en la puerta y empecé a observar todos los detalles de la habitación. Tenía unas manzanas perfectas sobre la mesa, tan de verdad que parecían de mentira, un bote de gominolas que tampoco me pude resistir a abrir, la cafetera con todo listo por si me apetecía tomar algo y las correspondientes aguas por si la noche me daba sed. Una enorme suite, con su saloncito, su sofá, su gigantesco baño, su cama colosal y una terraza para otear mi queridísima Coruña desde una perspectiva a la que no estoy acostumbrada: en pareja y sin niños. Sin los tres niños, una carambola que solo se da cuando los astros se alinean. Pero como los coruñeses tienen esa generosidad tan grande, a mí me ha tocado el gordo de las crónicas (ahora solo espero que también a mis compañeros les caiga la misma suerte), y lo he disfrutado a lo grande. Sí, queridos lectores, he cumplido el sueño que lancé al aire hace dos semanas y el hotel Marriot AC lo ha hecho posible invitándome: ¡he dormido en un hotel coruñés por primera vez! Y, claro, como les prometí que si lo hacía se lo contaría, no puedo negarme a ello, después de darles mi palabra por escrito.
Qué alegría la mía y qué maravilla hospedarme allí y aquí al tiempo, sentirme una turista en mi propia ciudad, amanecer con la misma lluvia y, sin embargo, con el sol dándome en la cara cuando llegué a ese acogedor salón donde un bufé estupendo me esperaba. Porque el AC tiene una de las estancias mejor decoradas para tomarse algo a cualquier hora, de la mañana a la noche, o incluso para trabajar a tu bola tan ricamente, porque no te molesta nadie.
Estoy, ya lo ven, agradecidísima pero también, lo confieso, he descubierto Matogrande. Yo, que vivo en la otra punta, tengo ese pique que surgió cuando este barrio y Los Rosales nacían a la vez, y como fui a caer al otro bando y no hago pádel, apenas he pisado sus aceras ni sus pubs ni sus locales de moda. Pero ahí estaba yo, con un buen guía -todo hay que decirlo- recorriendo el Soho coruñés, ya me siguen: del Comarea al Bogart y del Fire Capitano al Degustación, sorprendida de ver a tanta gente un sábado cualquiera de abril.
De la alteración por la sorpresa y el poco hábito que una tiene a estas salidas inesperadas, el subidón me dejó la resaca de un fin de semana agitado. Y sin entrar en intimidades solo les daré un dato más: el lunes no pude ir a trabajar.