Una cosa es lo general. Otra, lo particular. Hablábamos de problemas a los que se enfrentan las mujeres y que los hombres no sufren en carne propia. Cuando ella nos decía que nosotros jamás podríamos entender «lo horrible que es caminar por la calle con un estado de alerta permanente por el miedo a que te pase algo» es una cosa. Piensas en algo abstracto. Oscuridad, callejones, noche, malas pintas... qué sé yo. Cuando explicó, con calles, pelos y señales, lo que le ocurrió hace un mes el pensamiento se reenfoca.
La chica tiene 18 años. ¿Su falta? Caminar sola a las nueve de la noche por la zona de Cuatro Caminos en dirección a la Gaiteira. Iba de vuelta a casa, escuchando música con auriculares. Se cruzó un hombre. «Lo miré y él me miró a mí. Tenía unos 22 o 23 años y un aspecto normal. Yo seguí caminando y él empezó a ir tras de mí», relataba. Le surgió la duda de si la seguía «de verdad» o era «una paranoia» suya, debido precisamente a ese estado de alerta general. Por ello, cruzó por un paso de cebra con ritmo rápido. Él aceleró, «echándose a un lado, pero sin dejar de seguirme». A ella se le aceleró el corazón. De miedo.
«Me paré en medio de la acera y saqué el móvil, fingiendo que iba a mandar un mensaje, a ver si pasaba de largo». Él la adelantó. Se paró en un portal. La miró. Le dijo: «!Ay, qué cansado estoy!». La chica se bloqueó. Totalmente: «Me quedé paralizada cuando me habló de manera relajada. Era más alto y fuerte que yo». De pronto, recordó algo que había escuchado como medida de precaución: «Llamé a mi madre por teléfono. Dicen que si hablas por el teléfono no te hacen nada». Pero no le cogió. Y a ella, en su bloqueo mental, no se le ocurrió simular una conversación.
Ante esta situación entró en una de las cafeterías de la Gaiteira. «Estaba llena de gente. Me metí, me hice un sitio en la barra y le dije a una de las camareras que tenía un problema, que un hombre me estaba siguiendo», relata. Él no se amedrentó. La siguió. Se metió en el servicio. A los pocos segundos salió. «Se dirigió a la barra y, como lo miraban, le dijo a las chicas: ‘¿Hay algún problema? ¿Pasa algo?’ A mí me dio porque no me viera la cara y me giré». Entonces, las mujeres le preguntaron al hombre si quería algo. Que si tenía él algún problema. Que qué ocurría. No contestó. Abandonó el local. Se esfumó. El dueño del establecimiento, al conocer la situación, salió tras él. No lo pudo ver.
¿No pasó nada? ¿Es nada la angustia, los sudores fríos y la sensación de que esas cosas ocurren solo si eres mujer? Ayer se lo contaba a sus compañeros de clase por primera vez. Y a un periodista. Todos nos quedamos impresionados. Aunque como dice ella, los hombres solo podamos imaginar lo que es ese miedo. Ellas, sin embargo, saben lo que es sentirlo.