Vargas Llosa, de incógnito en la librería Arenas

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

Vargas Llosa, en la librería Arenas.
Vargas Llosa, en la librería Arenas. pablo portabales

El premio nobel visitó A Coruña en 1982 y preguntó por sus propios libros a una empleada del comercio del Cantón que le reconoció de inmediato. Después firmaría allí sus novelas a numerosos admiradores

30 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El 21 de junio de 1982 un hombre de sonrisa amable, educación exquisita y acento singular entró en la librería Arenas, que entonces se hallaba en el Cantón Grande. Afectando cierto desinterés, preguntó si tenían obras de Mario Vargas Llosa, e inquirió, entre otros, por la que acababa de salir a la venta, La guerra del fin del mundo. Lo atendió una empleada, Pepucha Marante, hoy jubilada, que no tardó en dirigirse a él como «señor Vargas Llosa», pues Pepucha, que de cultura andaba sobrada, se dio cuenta de que el misterioso visitante era el propio escritor, que pretendía saber qué novelas suyas se podían conseguir en el remoto rincón del mundo al que acababa de llegar. Su idea, probablemente, era darse a conocer de inmediato, pues había apalabrado una firma pública de libros... en Arenas.

¿Qué hacía Vargas Llosa en Coruña en 1982? Era cronista de fútbol y relataba en la prensa los avatares de la selección peruana en el Mundial de España. El estadio de Riazor era una de las sedes del torneo, y allí jugó Perú contra Camerún y Polonia.

El día 22 de junio, el premio nobel en ciernes llegó cabizbajo a la firma en la librería, después de que los polacos pasasen por encima de los peruanos: 5-1. Su enfado se fue disipando por el éxito de la convocatoria, con una larga cola de admiradores en busca de autógrafos. Estaba en su salsa. «Recuerdo que mi padre, Fernando, preparó un escaparate con sus obras», rememora Manuel Arenas, el actual propietario.

Casi 37 años transcurrieron entre 1982 y el sábado de la semana pasada, cuando el nobel cruzó de nuevo la puerta de Arenas, esta vez sin jugar al escondite. Ni rastro ya de curiosidad por La guerra del fin del mundo, que sustituyó por Los hermanos Karamazov, de Dostoyevski, y La lucha contra el demonio, de Stefan Zweig. Compró los dos. Como la librería está ahora en el Cantón Pequeño, a Vargas Llosa no le sonaba de nada. Sin embargo, preguntó a Manuel en dos ocasiones por el anterior dueño, del que parece que no se ha olvidado: «¿Ha fallecido ya tu padre?». No es extraño. Los escritores sienten una querencia natural por los asesores literarios, y Manuel Arenas, distinguido como librero español del año en 1974, era un grande.

Así lo atestigua el libro de oro del establecimiento, donde ilustres literatos han ido dejando sus dedicatorias. Como Eduardo Blanco Amor, que escribió: «A Fernando, al que tanto debemos los gallegos que escribimos en gallego», o Camilo José Cela, que alumbró estas palabras: «Librerías hay muchas; libreros, Fernando Arenas». ¿Y qué anotó Vargas Llosa aquel lejano junio de 1982? «Hospitalidad, magnífico local y excepcional contenido». El sábado pasado volvió a escribir: «Para Manuel y Fernando Arenas, entre libros, con un fuerte abrazo». Pues no, no se ha olvidado.