Dice que lleva visitados «56 países. Y conozco 44 de los estados americanos. A muchos fui por trabajo, y a otros por hacer turismo», asegura. Le pregunto por los que más le impresionaron. «Nueva Zelanda y Bolivia son los que más me sorprendieron», contesta. Una y otra vez me muestra fotos que conserva en el móvil. Alucino con una en la que aparece volando en hidroavión sobre Vancouver. «Acabo de llegar. Para poder contarle a la gente lo que se van a encontrar en estos países cojo los mismos buses y trenes en los que irán ellos, visito las tiendas y hamburgueserías más recomendables?», relata Pablo Martínez de Velasco Astray. De padre madrileño y madre coruñesa nació en Federico Tapia y tiene las oficinas de su empresa en Menéndez Pelayo. «Mi vida ha sido la plaza de Vigo y Estados Unidos», asegura este empresario de aspecto bonachón y tranquilo. «Soy feliz con lo que hago. No me compensa enfadarme con nadie y no soy capaz de cogerle manía a una persona. He llevado 4.000 niños a estudiar fuera. Eso significa relacionarme con otros tantos padres, madres y abuelos. A los abuelos lo que más les suele preocupar es si los nietos van a comer bien», comenta sonriente.
Pérdida de la inocencia
Charlamos al lado de su empresa Ad Astra, dedicada a estudios en el extranjero y en la que trabajan seis personas. «El nombre, hacia las estrellas, aparece en la bandera de Kansas, y fue lo que me inspiró. Tenía 26 años cuando la monté en Seattle. El objetivo era llevar españoles para allí y americanos para aquí. Con el 11-S perdí la inocencia. Decidí poner los huevos en varias cestas y amplié el negocio a Inglaterra, Canadá o Australia», destaca.
Siempre en ventanilla
Tres veces al año va a Canadá y otras tantas a Estados Unidos. «Ahora estoy yendo mucho a Querétaro, México, para llevar a chicos de allí a estudiar fuera, aunque Trump no lo pone fácil», analiza. Entre unas cosas y otras se pasa media vida en aviones. «Me gusta. De hecho monté este tipo de empresa para poder viajar. Necesito ir al aeropuerto y marcharme. En Alvedro me conoce todo el mundo», comenta Pablo, que reconoce que siempre pide asiento en ventanilla. «Es por la curiosidad. He ido a Londres mil veces, pero siempre hay algo diferente». De nuevo busca las fotos del móvil y me enseña una aurora boreal captada desde el avión. «Fue en el norte de Canadá el otro día», asegura este antiguo alumno de Santa María del Mar que reconoce que de pequeño «no tenía vocación por nada en concreto y como mis hermanos habían ido a Estados Unidos, también fui yo», recuerda. Ahora tiene 49 años. «Llevo fatal lo de estar tan cerca de los 50. Horrible. He vivido a una velocidad increíble. No me ha dado tiempo a disfrutar. Mi año dura tres meses», reflexiona Pablo, que no tiene hijos.
El inglés
Dice que a pesar de la edad y del sobrepeso «juego al hockey y hasta el año pasado al fútbol». Está todo el día pendiente del móvil y «sobre todo del e-mail. Es malísimo, pero tienes gente fuera y hay que ser responsable». Afirma que aprender inglés hoy en día «es más imprescindible que nunca. El que no sepa inglés se queda atrás. Estudiando fuera aprendes a razonar de otra manera. Por encima de todas las cosas hay que saber leer, escribir y hablar en inglés», sentencia. Y se atreve a aconsejar a los padres de los chavales que se van fuera. «Deben de asumir que ya no pueden proteger a su hijo. Si está enfermo otras personas lo cuidarán. Para educar niños para la vida hay que vivir. El problema es que ahora los niños retransmiten todo lo que hacen y trasladan sensaciones que no son exactas», comenta Pablo, que se considera «buen tío». También dice que tiene déficit de atención y que no utiliza agenda. Deportivista y madridista, escucha rock clásico y lee libros de historia. «Me gusta la cocina asiática. Comes lo que quieres y adelgazas», sentencia.