Recuerdos de la era del «break dance»

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

24 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En los años ochenta la fiebre del break dance llegó a la ciudad. Todos aquellos bailes en los que los jóvenes se contorsionaban y se convertían en robots, los que se podían ver películas como Beat Street o programas como Tocata, empezaron a reproducirse en las calles coruñesas. Un radiocasete y un suelo de sintasol (que se desenrollaba y se instalaba en cualquier parte) era el material necesario. Chavales con ganas de hacer figuras como el gusano, el tornillo o emular un meneo eléctrico de un lado a otro del cuerpo exponían sus habilidades sobre él.

Recuerdo perfectamente la primer vez que vi el espectáculo. Fue en la plaza de la calle Monforte, al lado de lo que hoy son los Nuevos Juzgados. Llegaron unos tíos de otro barrio. Zapatillas altas, cordones gruesísimos y su actitud arrolladora. Empezaron a bailar de un modo extraño, arrastrando los pies. Luego uno hizo una especie de molinillos en el suelo con sus piernas. Otro sacó un trapo, lo puso en el suelo y sobre él colocó la cabeza haciendo girar todo su cuerpo al revés. En esos ochenta en los que todo parecía un pasaje al futuro, eso suponía hacerlo en nave espacial. Decir que nos quedamos con la boca abierta es decir poco.

Escenas similares se repetían en Os Castros, en Eirís o en el centro. También en las discotecas que organizaban concursos. En septiembre de 1984, por ejemplo, Chaston anunciaba en La Voz su gran final. Todo ello mientras florecían en la ciudad los grafitis y las firmas hechas con rotulador. Generalmente eran garabatos de pésima calidad, pero existían algunos especiales. Por ejemplo, el que encargó la tienda de discos Portobello para cubrir toda su fachada, obra de Peter, un grafitero inglés que pasaba los veranos en A Coruña.

Suyo fue también una obra mítica, quizá la más emblemática de aquella era. Se pintó en San Pablo, donde actualmente está la escuela infantil Os Pequerrechos. Allí, en un enorme muro, se extendió en 1989 un grafiti con la palabra Wafo. Así se conocía en el mundo del break a Luis Doldán Corral, un joven voluntario de la Cruz Roja que murió en un accidente al estallarle un bidón de gasolina cuando tenía 18 años. Xaime Manso, el propietario de Portobello, financió las pinturas para aquel homenaje. Se convirtió en todo un icono. Por aquel entonces también apareció en Linares Rivas, cuando se estaban construyendo los nuevos edificios, una grúa con un grafiti del Muelle, uno de los pintores más célebres a nivel nacional.

Eran los últimos coletazos de aquella fiebre break, aún inocente . Más tarde irrumpiría Vanilla Ice, MC Hammer y otras figuras más comerciales. Y ese tipo de rap entraría con fuerza en discotecas como Baroke, llenas de émulos de El príncipe de Bel Air. Pero eso es otra historia.