El año 1989 nos dio un junio caluroso, de tensión alta, y de muchos nervios. Pero aprendimos mucho de Filosofía, sobre todo de esa que no aparece en los libros y que te plantea las grandes cuestiones de la vida: ¿quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Y adónde vamos? Como la canción de Siniestro Total, algunas chicas sacaron el lado más punk y más roquero en aquel examen de selectividad que nos cogió por sorpresa. Tanto que creo que las filtraciones posteriores de 1992, con aquel «cayó Platón, Platón» fue en el fondo una deuda cobrada al malestar que se produjo tres años antes en la prueba de Filosofía.
Los que la sufrieron ese junio saben bien de lo que hablo porque sucedió algo inexplicable para los alumnos de COU que teníamos pautado un temario de filósofos que nos sabíamos al dedillo. Platón, Aristóteles, Hume, Descartes, Nietzsche... y un largo etcétera que daba como en una oposición muy poco margen para la improvisación. El último de la serie tenía, eso sí, un nombre que se nos aproximaba en el tiempo: Ortega y Gasset.
Los chavales de los ochenta venían haciendo el mismo sistema de estudio y los profesores aplicaban el mismo sistema de enseñanza, así que nos preparábamos para aquel examen de Filo con una precisión matemática: como en la prueba había dos opciones de autores, podíamos estudiar todos y dejar uno fuera. Y la mayoría se la jugaban al último y sus circunstancias, de tal modo que te chapabas a todos de pe a pa y dejabas a ese ser que estaba al final de la lista, a ese clásico que no encajaba en el tiempo con el resto. Nos cargábamos a Ortega.
Con esa filosofía de estudio, las chicas del Femenino llegamos supervitaminadas con toda esa sabiduría machacona de meses y meses leyendo a los mismos autores (Platón, Aristóteles, Hume, Descartes, Nietzsche...) y rechazando al pobre Ortega. En aquel aula de la Escuela de Empresariales, que es solo nombrarla y ya parece que nos dominan los nervios, llegaron el día del examen aquellos chicos de COU de un cole de cuyo nombre quiero acordarme, Jesuitas, y nos soplaron cinco minutos antes lo que sería nuestro fatídico destino: «en Filosofía caen Ortega y Wittgenstein». ¿Wittgenstein? ¿Quién es ese tipo con nombre de jugador de fútbol que venía a meternos el gol de nuestra vida? «¡Wittgenstein no está en el temario!», nos desbordamos con horror. Pero Wittgenstein se había colado en esa letra pequeña que los profesores hechos al sistema no habían querido leer. Ortega era la opción que nadie había estudiado y Wittgenstein la sorpresa que los docentes nos quisieron dar para entrenarnos para la vida. Unos ya tenían el soplo en sus manos y otras nos quedamos con el planchazo en la cara, pero con la posibilidad de reaccionar. Después aprendimos mucho de Wittgenstein y ya nunca jamás lo olvidamos.