El gobierno local estudiará en las próximas semanas las medidas jurídicas para recuperar la propiedad, en manos de la familia Franco
01 nov 2019 . Actualizado a las 17:08 h.Después de explicar las excelencias románicas de la Colegiata la guía se vuelve y mira hacia el edificio de enfrente explicándole al grupo la historia de la casa Cornide. «Como el pazo de Meirás, es propiedad de la familia Franco, que se niega a devolverla al patrimonio público», remata la explicación frente a los turistas. Otra profesional del ramo repetía el viernes en una soleada mañana la misma explicación ante otro grupo. Se ve que el asunto de la propiedad ya forma parte del catálogo.
La casa Cornide, en efecto, es de los Franco, y figura inscrita en el registro a nombre de los herederos de Carmen Polo. No siempre lo fue. El edificio fue antes casa consistorial, escuela, propiedad del Estado para hacer en él un conservatorio y espacio para un proyecto de biblioteca municipal. También fue, antes de todo eso, la vivienda en la que nació el polígrafo coruñés José Andrés Cornide de Folgueira, de ahí su nombre.
Una obra única
El edificio, con su aire afrancesado y sus características únicas que lo convierten en uno de los pazos urbanos más destacados del XVIII, hubiera seguido en manos pública de no ser tan bello. A la esposa de Francisco Franco, Carmen Polo, le gustó mucho y decidió que era la vivienda apropiada para instalarse cuando visitaban A Coruña.
El pleno decidió este jueves -a través de una moción del BNG- por unanimidad, emprender acciones legales para recuperar esa propiedad. Por ahora el gobierno local no tiene claros los pasos a dar. El asunto habrá de ir a la Comisión de Memoria Democrática y de a la asesoría jurídica, y después se tomarán las medidas que se consideren.
El meollo del asunto se localiza temporalmente en el año 1962. El Ayuntamiento, que había adquirido el año antes la propiedad al Estado a través de una permuta, la saca a subasta y se la queda, por 305.000 pesetas, Pedro Barrié de la Maza, que se le cede después a Carmen Polo tras conseguir que se anulara la cláusula que impedía a quien la adquiriera venderla antes de diez años. La maniobra permitía así que en vez de ser una residencia de patrimonio estatal, pasara directamente a la familia. Ya en manos de la familia Franco, en 1964, el Ayuntamiento realizó obras en ella por un millón de pesetas, más del triple del precio por el fue vendida.
La actual corporación quiere que la pugna por la recuperación de ese patrimonio corra en paralelo a la del pazo de Meirás, asunto en que también se personará el consistorio herculino.
Valor catastral
La casa, situada en el número 25 de la calle Damas, tiene un indudable valor histórico y arquitectónico. Los historiadores consideran que apenas hay edificios de su época con sus características. Tiene, además, un valor económico indudable. En la ficha catastral constan 1.430 metros cuadrados construidos -menos superficie según otros estudios-, a razón de 286 metros por planta, desde el sótano al bajocubierta. El valor catastral del inmueble alcanza los 552.247,89 euros según las estimaciones de Hacienda del 2018.
Su venta sería posible en la actualidad, ya que no estás declarada como Bien de Interés Cultural (BIC). El valor económico de mercado es, lógicamente, mucho mayor. Iago Golpe, de la inmobiliaria Versalles -que gestiona operaciones de venta en la Ciudad Vieja- estima que según los precios actuales que se están pagando en las mejores zonas -en inmuebles para restaurar- la casa entera costaría 1.986.000 euros. Eso solo contando el precio del metro cuadrado y sin tener en cuenta el estado interior del inmueble ni su valor artístico, que elevarían esa factura.
Saber cómo está por dentro no es fácil, salvo para los herederos de la familia que siguen usando, de cuando en cuando, esa residencia. A diferencia del pazo de Meirás, la vivienda no se puede visitar. De vez en cuando alguien encargado de su mantenimiento abre las ventanas y algunas noches brilla alguna luz en el bajo. ¿Y si hay alguien dentro? El timbre situado junto a la gran puerta de entrada no suena cuando se pulsa. Nadie contesta, pero a uno le queda la sensación de que alguien lo está observando por la mirilla.