
Estos días, en el centro aparecen nuevos carteles que nos remiten a las normas del ayuntamiento de Gijón al respecto de los orines de los perros
30 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Las paredes de la ciudad son un filón. Hace un par de semanas, en un conocido local de la plaza de San Pablo lucía una foto de un perrito barriendo sus propios excrementos, haciendo un irónico llamamiento a los dueños de los animales para que hiciesen el favor de cumplir su obligación de retirar los restos que sus canes van dejando alegremente por la calle. «Por esta plaza pasan niños y personas con dificultades de movilidad. Por el bien de todos, recoge los excrementos de tu perro. ¡Ayúdanos a mantener limpio el barrio!», reza .
Y estos días, en el centro aparecen nuevos carteles que nos remiten a las normas del ayuntamiento de Gijón al respecto de los orines de los perros. Cuenta que el gobierno local valora incluir en sus nuevas ordenanzas municipales la obligación de que los propietarios de los animales salgan a la calle con una botella de agua jabonosa (al parecer el vinagre también vale) para disolver los orines caninos y evitar así los daños que causan en el mobiliario urbano, en escaparates, en fachadas...
Aunque a este paso, vamos a tener que salir con la botellita los que pisamos los excrementos. Ahora que la criatura ha crecido tanto como para ir en bici por la calle, toca enseñarle a mirar para delante, a no bajar los bordillos, a frenar... y cada dos pasos, explicarle que esos restos asquerosos son el enemigo a evitar. «Cuidado que hay cacas» se ha convertido en nuestro nuevo lema cada vez que pisamos la calle, y más con la bici. No sé si comparten la sensación de que hay más excrementos, sea porque hay más incívicos que nunca entre los propietarios de los perros o si es que se limpia menos. Dirían nuestras abuelas que no es más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia, así que el origen del problema es desde luego quien no recoge. Y que no se me echen encima los dueños de los animalitos, que no se trata de insinuar que todos son unos guarros o que los animales, mejor en otro sitio, ni mucho menos. Felices ellos que disfrutan de sus perros y que los cuidan y que son ciudadanos como tiene que ser que recogen sus desperdicios de forma civilizada. El problema no es tener un perro, es ser sucio. No recoger los excrementos supone una multa de 150 euros, según la ordenanza municipal (que por cierto, tiene más de 20 años y está pendiente de una revisión, cuentan desde el concello). Pero la sanción parece disuadir poco.
Se me está poniendo la voz de Paulina de la Mora, protagonista de la indescriptible y divertidísima serie mexicana La casa de las flores. Y es que cada vez que alguien sale de casa para pisar la calle (y esperemos que nada más), lo que me pide el cuerpo es soltar ese mantra tan de Paulina: «salúdame al Cacas». Literalmente.