Decenas de personas acompañaron a la familia durante el entierro en el cementerio de Pastoriza
30 ene 2020 . Actualizado a las 17:35 h.La tarde del entierro el cielo estaba muy oscuro y enseguida se puso a llover a mares. ¿Por qué llueve tanto en los entierros? Solo a las personas buenas y a los héroes se les despide así. Rodeadas de una multitud destrozada por el dolor de perder a «quien lo daba todo sin pedir nada a nadie». Diego Bello murió con 32 años y eso nadie lo entiende.
El silencio era el ruido más fuerte en el cementerio parroquial de Santa María de Pastoriza, donde descansan los que ya no están de la familia Lafuente Lafuente. Nadie hablaba, los ojos mojados por las lágrimas miraban un poco al suelo y otro poco al cielo, preguntándose porqué se fue un joven de 32 años que desde los 18 se buscó la vida por el mundo adelante, trabajando sin parar, para terminar estableciéndose en lo que él creía un paraíso. Un maldito paraíso.
Llovía a mares en Pastoriza cuando llegó el coche fúnebre con los restos del joven empresario seguido por dos vehículos llenos de ramos llegados de todas partes del mundo. Porque Diego estuvo en muchos sitios y «por donde pasó dejó a cientos de amigos», decía uno de los que más lo quería. Las coronas de flores de todos los colores formaban un gran jardín frente a la lápida, sellada ya con esos trazos de cemento que tanto daño hacen al sonar.
Allí estaban su padre, su madre y su hermano, arropados por la familia y tantísimos amigos que trataban de darles cariño sabiendo que el consuelo era imposible. También algunas autoridades acudieron al tanatorio. La alcaldesa de A Coruña, Inés Rey, lo hizo el martes por la tarde. El presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo, ayer por la mañana. Ya habían tenido encuentros previos con la familia, a la que le transmitieron todo tipo de ayuda en buscar la verdad y limpiar el buen nombre que por todo el planeta dejó Diego Bello.
No hay palabras para describir las caras de la gente durante el entierro. Ni porqué nadie quería irse después. Los asistentes, calados hasta los huesos por la intensa lluvia que ni paraguas ni capuchas eran capaces de salvar, se quedaron un rato muy largo mirando sin decir nada la inmensa montaña de ramos.
Ahora toca pedir Justicia
Pudiera pensarse que sería una ceremonia en la que los presentes hablarían de los que lo mataron, de lo que había que hacer para esclarecer los hechos, de pedir Justicia a las autoridades, de exigir al Gobierno y a la Unión Europea que haga algo contra la cruel impunidad que ahora existe en Filipinas. Pero no era el día de hablar de esas cosas. De eso se hablará, y mucho, a partir de ahora. Lo prometió Bruno Bello, su hermano. De hoy en adelante volcará su existencia en luchar para que los culpables paguen por lo que le hicieron. Tendrá a su tío Francisco y a un ejército de amigos al lado. Esos mismos amigos que en una de las cartas más emotivas jamás escritas le decían a Carufo: «te recordaremos siempre en nuestros corazones».