En la grada bostezaba el público y en el palco de Riazor lo hacían tres ilustres entrenadores: Luis Suárez, Arsenio Iglesias y Luis Molowny, que entonces era jefe de los servicios técnicos del Real Madrid (el líder de los ojeadores merengues, vamos). Bostezaban, digo, porque aquella semifinal del Teresa Herrera entre el Benfica y el Everton era un tostón insufrible. Al final, 0-0 y clasificación de los portugueses en los penaltis.
Pero aquel 8 de agosto de 1987 sucedió algo memorable, algo con lo que ni el público ni los tres entrenadores que soportaban aquel aburrimiento podían imaginar. Al llegar al descanso, en cuanto se retiraron los futbolistas apareció sobre el césped un chaval de 24 años, bajito, atlético, de pelo moreno y rizado y que era presentado por megafonía como O Maradona de Viveiro.
Hermelino Ben Chao, que así se llama este viveirense conocido en su tierra como O Maradona de Galdo (parroquia de la villa), comenzó a darle toques al balón con pies, hombros y cabeza sin dejar que cayese al suelo, en un espectáculo malabarista digno del Pelusa y que dejó estupefactos al público, a los tres entrenadores y a los futbolistas de los dos equipos cuando regresaron al terreno de juego. Molowny, Suárez e Iglesias no daban crédito. Sonreían y maliciaban a coro lo que perfectamente podía ser alguna comparativa profesional.
Poco se dejó ver Diego Armando Maradona por Riazor, pero a muchos nos queda el consuelo de haber visto en directo al gran Pelusa de Viveiro. En el mundo del fútbol no pasó de categorías regionales, pero en el de los récords estampó su firma en el Guinness después de 12 horas jugueteando con el balón en el aire. 73.000 toques consecutivos. Y eso, ni el Maradona original.