Alberto Miguélez: «Por más que algunos contratenores quieran, no son castrados»

m. CARNEIRO A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

El cantante coruñés, especializado en música antigua y barroca, vuelve a su ciudad con la ópera «Parténope», dirigida por William Christie, en el marco de la Programación Lírica

01 oct 2021 . Actualizado a las 12:17 h.

Alberto Miguélez Rouco (A Coruña, 1994) contesta al teléfono desde París horas antes de cantar en la Philharmonie el rol de Armindo de la ópera de Haendel Parténope, que mañana llega a la Programación Lírica con dirección musical de William Christie y dirección escénica de Sophie Daneman. El regreso del contratenor coincide con la publicación de un cedé de cantatas de José de Nebra y Francisco Corselli que canta como solista junto a la orquesta que fundó hace dos años en Basilea, la ciudad a la que se trasladó desde A Coruña en el 2012 para continuar su formación y donde sigue viviendo.

-¿Qué significado tiene esta ópera que le trae de vuelta a casa en su trayectoria?

-Volver es un placer enorme. Va a ser muy emocionante que la mitad del teatro sean familiares y amigos. Esta ópera va a ser un punto de inflexión en mi carrera, porque es la apertura al mundo. Terminar la formación y tener la oportunidad de hacer tantos conciertos y en sitios tan importantes con William Christie es un verdadero lujo.

-Vienen sin gran parafernalia escénica, ¿cómo aflora el actor?

-Tener un decorado o un vestuario más opulento ayuda, pero también es muy interesante ser nosotros los responsables de contar la historia y que dependa solo de nosotros que el público lo entienda. Ayer hicimos una master class en la Philharmonie en la que cada uno tenía que interpretar las arias como en un concierto, y fue muy interesante ver la energía que nos habían dado las funciones. Todo el subtexto que creas en la escena está ahí y da muchísima capacidad de expresión.

-Antes los divos eran los cantantes y ahora son los directores. ¿Cómo se llevan sus caprichos?

-Hay de todo. En esta producción ha habido una relación muy intensa, muy buena y muy fluida con todos. Pero es verdad que en otras te puedes encontrar con algún director de escena o musical que se obsesiona con un cantante y lo destroza. Eso pasa, lo sabemos todos. Muchas veces mandan ellos sobre los musicales y sobre el resto. Hay que adaptarse, ser flexibles y navegar a nuestro favor, aunque sea complicado.

-Su voz está muy ligada a los «castrati», a la música antigua y barroca. ¿Se siente encasillado?

-No, quizá porque la música que tradicionalmente se asocia a la voz del contratenor es la que a mí más me gusta, especialmente todo el siglo XVIII. Pero he cantado música más tardía, del pleno romanticismo, y también música más temprana, que por características vocales no suelo cantar.

Alberto Miguélez Rouco (A Coruña, 1994) acaba de publicar un cedé de cantatas de los compositores del siglo XVIII José de Nebra y Francisco Corselli, acompañado de Los Elementos, la orquesta que fundó hace dos años en Basilea, donde reside
Alberto Miguélez Rouco (A Coruña, 1994) acaba de publicar un cedé de cantatas de los compositores del siglo XVIII José de Nebra y Francisco Corselli, acompañado de Los Elementos, la orquesta que fundó hace dos años en Basilea, donde reside

-¿Para no arriesgar la voz?

-Sí, soy cauto, con la voz hay que tener cuidado y antes de hacer algo que pueda ser dañino me lo pienso. Es verdad que me gusta mucho cantar Mozart y no hay tradición de cantar Mozart con contratenores. Se canta con mujeres, que es lo que se hacía en la época, cuando no estaban los castrados. Por más que algunos contratenores quieran, no son castrados. De hecho, tenemos una grabación del último castrado y no tiene nada que ver con un contratenor, tampoco con una mujer, es más como un niño con una voz sobrehumana.

-¿Quién fue?

-Alessandro Moreschi. Se puede escuchar en YouTube con el Ave María de Gounod. Cantaba en la Capilla Sixtina, era ya mayor, lo grabaron en decadencia. Muchos critican esa grabación pero da idea de lo que pudo ser aquello, con los grandes castrados del XVIII, como Farinelli, que tenían una escuela de canto impresionante. No podemos siquiera imaginar lo que era aquello.

-¿Qué conciertos recuerda y cuáles le quedan en el tintero?

-La ópera Dido y Eneas que cantamos en el Colón en el 2011, porque fue el punto de arranque de todo lo que vino en los diez años siguientes; La Pasión según San Juan, con René Jacobs, en plena pandemia, y en el tintero pero confirmado ya, un oratorio maravilloso de Caldara, Maddalena ai piedi di Cristo, que haremos con René Jacobs en una gira muy emocionante para mí, porque mi maestra lo grabó con este director en los años 90 y también fue la obra, cuando descubrí el disco, que me llevó en el 2012 a estudiar a Basilea, que era donde se formaba toda esta gente. Se ha cerrado un círculo que me parece muy bonito.

-¿Quiénes fueron los maestros que más influyeron en su carrera?

-Lo tengo claro, dos personas. Me considero producto de ellas. La primera es el tenor coruñés que fue mi maestro durante muchos años y que dirige el Coro Cantábile, Pablo Carballido. Lo quiero muchísimo, como si fuera de mi familia. Y luego está mi maestra, que me ha formado en Basilea y con la que todavía sigo estudiando, la mezzosoprano argentina Rosa Domínguez, que ha sido mi mayor sostén vocal todos estos años.