Pese a que la zona es reconocida por su arquitectura, los vecinos se quejan de su mal estado
16 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.El barrio de las Flores, el de las calles ciegas y los edificios icónicos del movimiento moderno sufre un deterioro constante que preocupa a sus vecinos. Las primeras generaciones obreras que llegaron en los años sesenta ya crecieron, la gran cantidad de escaleras, la falta de accesos y ascensores en sus edificios hacen mella en su movilidad.
«Hay personas mayores o con discapacidad que no pueden ir a la calle porque no tienen la forma de salir de sus casas. Es una pena. Es un vecindario muy bonito pero está abandonado, hay aceras que son estrechas, crece hierba en el pavimento y la gente se resbala», manifiesta Cruz Barrientos, presidenta de la Asociación Veciñal en Defensa do Barrio.
Jesús Mariñas y Cristina Coppa, vecinos que viven en la calle Petunias desde que eran pequeños, comparten la misma preocupación. Ambos acusan las complicaciones que acarrean la maleza desbordada en el sector y solicitan mayor intervención por parte de la administración municipal. «Lo que me asusta son los árboles que están a punto de caerse, muchos tienen hongos e impiden el paso de las personas», dice Jesús.
«Estamos cansados de pedir más jardineros para el barrio. Hay aceras por las que tengo que agachar la cabeza para poder caminar», afirma Cristina. También se ha visto afectada porque su edificio no tiene ascensor. «Cuando mi esposo se puso una prótesis de cadera, mi hijo tuvo que alquilar otro piso para que mi marido pudiera salir. Llega un momento en el que pienso que acabaré vendiendo este apartamento», añade.
A los problemas de accesibilidad en el barrio y las plantas sin despejar, se suma el deterioro de las fachadas de algunos edificios, en especial, las torres de la calle Petunias. En las viviendas hay presencia de humedades y caen cascotes grandes de la parte exterior de las construcciones. Se trata de un conjunto catalogado, por lo que Patrimonio rechaza cambios en él y pide que el revestimiento de los hogares se haga en el interior de las casas.
Según Ildefonso García de Longoria, vecino y arquitecto paisajista que realizó los informes de evaluación de las edificaciones, «en los años 80, no se revistieron todas las fachadas de la calle. La lluvia y las sales marinas se filtran hasta la armadura del hormigón de la fachada, esta se hincha y forma una cuña que revienta las esquinas de los edificios. Los propietarios estamos sin poder intervenir en las construcciones porque Patrimonio y el Ayuntamiento se tiran la pelota».
En busca de mejoras
Los vecinos coinciden en que una de las vías para adquirir más apoyos de subvenciones para obras en la zona consiste en que el barrio sea declarado un Entorno Residencial de Rehabilitación Programada (ERRP) por parte del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana. No obstante, el Ayuntamiento considera que elaborar un plan director es la alternativa más acertada porque permite saber qué tipo de intervenciones se pueden hacer en el sector de manera que el diseño original no desaparezca porque se trata de un lugar con un valor arquitectónico excepcional.
En el último pleno, Juan Díaz Villoslada, concejal de Urbanismo, enfatizó la importancia del plan director. «Si é certo que elaborar este instrumento non pode ser incompatible ou impedir actuacións necesarias de conservación e de mantenemento», dijo.
En el pasado mandato no se ejecutaron obras en el barrio pero se vio la necesidad de elaborar un plan especial para la zona. En la administración actual se licitó, se adjudicó por un valor de 146.000 euros y se encuentra en fase de redacción. El gobierno local puso en marcha una mejora de la accesibilidad en las calles Pinos y Fresnos (92.800 y 45.000 euros respectivamente), también tienen prevista una obra en la vía Castaños que se licitará en los próximos meses. El parque infantil de la calle Azahar, detrás de la iglesia, también fue renovado.
Para el concejal, más que «reprochar» a una administración en específico sobre las obras que no se han realizado en el barrio, «do que se trata agora é de dispoñer dun marco de traballo con perspectiva integral como poder ser o plan director e de facer un esforzo de coordinación importantísimo entre a Xunta o Concello de A Coruña e a administración xeral do Estado». Fuentes consultadas en el Ayuntamiento aseguran que, una vez, terminado el plan director, será más fácil recurrir a fondos europeos o líneas de subvención para la recuperación del patrimonio.
Con respecto a los instrumentos, David Pujales, uno de los miembros de la plataforma vecinal del barrio y dueño de la cafetería El Invernadero, piensa que antes de catalogar el barrio como un ERRP, es necesario el plan director. «Compartimos que se haga un plan director previamente y que luego el barrio se convierta en una ERRP pero nos genera impaciencia esperar una ejecución. No queremos que solo sean estudios», comenta.
Un vecindario con valor arquitectónico
El barrio de las Flores, que ahora alberga a cerca de 4.000 habitantes, fue uno de los protagonistas de la última Semana de la Arquitectura. El vecindario cumple 50 años este año desde su inauguración. Arquitectos de renombre como Antonio Corrales y Andrés Fernández-Albalat diseñaron sus unidades en torno a un poliducto y como una zona que agrupara a las clases obreras que llegaban a la ciudad en la década de los sesenta. El lugar fue homenajeado en una muestra portable en la UDC donde se contaba la historia del lugar y sus características al pertenecer al movimiento moderno. De hecho, la unidad número tres de la calle Violetas, diseñada por Corrales, recibió un Premio Nacional de Arquitectura en 2001.
Iván Ruzo, amante de la historia y vecino que creció en la zona desde su nacimiento, recuerda el barrio con cariño. «Para la época, era innovador pensar en un vecindario en donde tenías todos los equipamientos. Era un paquete completo. Recuerdo que no tenías que salir de tu propio bloque para obtener artículos de primera necesidad. Había peluquerías, librerías y muchas tiendas en las Flores. Todos los que vivíamos aquí nos conocíamos, si yo salía con mis amigos del barrio, mi mamá sabía perfectamente dónde estaba porque salía al balcón o la madre de otro chico le avisaba de mí, no te podías esconder», cuenta.
Para Ruzo, el hecho de que en el barrio no tenga una vía que lo cruce, sino que las calles estén cerradas y concluyan en un amplio parque, permite que los vecinos compartan más porque cuentan con espacios para socializar. «Casi todas las familias venían del campo, entonces hacíamos las cosas de aldea en el barrio. Aquí teníamos nuestras fiestas populares. Eramos muy unidos», añade.