Nosotros, los atlantistas

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

ANGEL MANSO

A mediados de los ochenta, cuando a España ya se le pasó un poco el cabreo de haberse quedado en la OTAN de mala gana, se leía mucho en los papeles que tal o cual personaje era «un gran atlantista» o incluso «un intelectual atlantista»

01 feb 2022 . Actualizado a las 08:35 h.

Ahora ya no se escucha tanto la palabra, pero a mediados de los ochenta, cuando a España ya se le pasó un poco el cabreo de haberse quedado en la OTAN de mala gana, se leía mucho en los papeles que tal o cual personaje era «un gran atlantista» o incluso «un intelectual atlantista». Por aquel entonces, lo más parecido a la geoestrategia internacional que yo conocía era el catálogo del Discoplay, donde venían muchos elepés con títulos en inglés, y lo del atlantismo me sonaba a portada oceánica de Echo and the Bunnymen, que eran mucho de usar fotos del mar para envolver sus canciones.

Así que, aunque solo fuese por equivocación, decidí que yo también quería ser atlantista, como los intelectuales que salían en el periódico con cara de pensar muy fuerte. Llegué al atlantismo por error, como tantas veces uno llega a las cosas importantes en la vida, creyendo que era un coruñesismo elevado al cubo, una forma de ampliar las 200 millas de la zona económica exclusiva de la ensenada de Riazor a todo el Atlántico Norte. Luego vi en las películas y novelas de espías —yo era de Frederick Forsyth como luego fui de Fran y José Ramón— que los de la Alianza Atlántica éramos los buenos y ya me quedé para siempre de ese lado del Telón de Acero.

Y esto no tiene nada que ver con el ardor guerrero de los machos alfa porque yo, como Woody Allen, en caso de guerra solo sirvo para prisionero. De hecho, uno de los títulos que conservo con más orgullo es un papel del Ministerio de Defensa donde pone que libré de la mili por inútil.

Este atlantismo sentimental, que nació por una confusión adolescente, es más estético que bélico, y ya no tiene arreglo, porque uno puede cambiar de casi todo con el paso de los años, pero cambiar de equipo de fútbol o de bando en la Guerra Fría se llama deserción.