Siempre está ahí la inclinación de alcanzar la normalidad, la falta total de restricciones y ponernos como modelos de fotos como las de entonces
25 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.La aparición del covid-19 ha dividido nuestras vidas en lo que había antes de la pandemia y lo de después. En cuanto echamos un vistazo a las imágenes que tenemos guardadas en el móvil lo vemos claro. Hay una existencia sin mascarillas, con roces, comilonas de grupo y locales aglomerados. Y hay lo otro. Eso otro es lo que con mayor o menor intensidad hemos vividos estos dos últimos años: encierros familiares, cuarentenas, pruebas de antígenos, Navidades con distancia de seguridad, cumpleaños de niños bajo mínimos y todo tipo de peripecias a las que, más o menos, nos hemos ido acostumbrando.
Pero siempre está ahí la inclinación de alcanzar la normalidad, la falta total de restricciones y ponernos como modelos de fotos como las de entonces. Y cuando esa fuerza natural y humana aparece surge ahí el carnaval de aquel 2020. Cuando subíamos la calle de la Torre inconscientes de lo que se nos venía encima. Cuando nos reíamos sobre que el disfraz de moda era el del Satisfyer. Cuando participábamos en laconadas con amigos y usábamos máscaras en lugar de mascarillas. Eso se quedó ahí como la sonrisa congelada de un tiempo mejor. Más estable. Más previsible. Donde se podía pensar en lo que se iba a hacer el mes que viene. Después, pasó lo que pasó. Todas las celebraciones míticas —el San Juan, las fiestas de María Pita, la Navidad...— se vivieron en modo descafeinado. Echando de menos disfrutarlas con toda su intensidad. Conformándonos con lo que había. De todas ellas puede que este carnaval sea lo más parecido a una fiesta normal en dos años. Lo que parece anticipar el fin de las penurias coronavíricas. Justo cuando desde el este llegan las imágenes de las bombas en este loco tiempo que nos ha tocado vivir.