De pronto, una amiga me sonríe y abre una esperanza en el horizonte: «He vuelto a la música, a los conciertos de noche, he vuelto a salir y ha sido como regresar a aquellos años en que éramos felices»
24 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Leo el periódico, pongo la radio, enciendo la televisión y todo está patas arribas, como aquella viñeta de Mafalda dan ganas de gritar «¡Paren el mundo que me quiero bajar!». Por eso busco desesperadamente darle la vuelta a esa máxima que dice que las buenas noticias no son noticias. Escudriño entre las novedades de Coruña y no hay más que quejas, que la ciudad está más sucia que nunca, que hay obras en todas partes, que todavía no podemos vernos las caras en el trabajo. Hay una voz que quiere ponerle un poco más de alegría y cuando pregunto a mi alrededor si alguien puede darme una buena noticia, uno se atreve a decirme que, bueno, que han firmado ya lo del Novo Chuac y que en lugar de ser para diez años, la cosa se fija para tres, así que lo normal es que todo este proceso dure cinco o seis. Nos miramos con cara de eso no nos convence mucho y sigo. Continúo la ronda y nadie se atreve a lanzar las campanas al vuelo, los supermercados están vacíos, los del transporte siguen dando la lata, está la subida de la luz, y por supuesto, el drama de Ucrania. Todo se ha puesto en contra y no hay quien ilumine este camino con un poquito de luz. Del Dépor no hay quien se moje, así que la cosa no está como para echar cohetes en esta ciudad. De pronto, una amiga me sonríe y abre una esperanza en el horizonte: «He vuelto a la música, a los conciertos de noche, he vuelto a salir y ha sido como regresar a aquellos años en que éramos felices». Hablamos de Fito, de C. Tangana, de Os Resentidos. Quiero quedarme con esa mínima alegría, son las cinco y fuera hace calor y la calle ahora está más animada. Los niños juegan en el parque sin mascarilla y la gente empieza a llenar las terrazas. Corre una brisa de normalidad y me conformo. Tal vez esa sea en el mundo de hoy la buena noticia.