Una civilización en peligro

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

MARTINA MISER

Estoy a muerte con los santos bebedores irlandeses y, como aquí trasegamos rubia gallega y no negra irlandesa, me bajo a este rincón a denunciar que últimamente resulta más difícil beber una cerveza fría en A Coruña que una pinta tibia en Dublín

10 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando leí que Luis Seoane subía a la linterna de la torre de Hércules para cerrar los ojos y ver Irlanda —Ith, el hijo de Breogán, iba a lo fácil y la veía con los ojos abiertos—, decidí irme a Dublín y subir a la torre de Sandycove para cerrar los ojos y ver A Coruña. Cerré mucho los ojos y no vi A Coruña, sino la sombra del orondo Buck Mulligan, así que después de un año volví a la torre de Hércules para ver desde lo alto la bahía de Dublín con la que soñaba Seoane.

De mis tiempos dublineses, conservo una querencia incurable por las cartas al director del Irish Times y por la cerveza negra que fabrican los herederos de Arthur Guinness. Los lectores del Times cultivan un amor por la pinta de Guinness incluso más desmedido que el mío y, preocupados por las modas importadas del continente, llevan años mostrando su disgusto por la costumbre de servir helada la stout, como si fuese una cerveza rubia cualquiera. La pinta de Guinness, recuerdan los parroquianos, hay que tirarla sin prisas y a una temperatura entre 6 y 8 grados.

Yo estoy a muerte con los santos bebedores irlandeses y, como aquí trasegamos rubia gallega y no negra irlandesa, me bajo a este rincón a denunciar —como ellos, pero justo al revés— que últimamente resulta más difícil beber una cerveza fría en A Coruña que una pinta tibia en Dublín. Desde que da más miedo recibir la factura de la luz que una carta bomba del cartel de Sinaloa, las neveras de algunos bares racanean en electricidad, refrigeran más bien poco y el botellín de Estrella, si le pega el sol de refilón en la terraza, casi alcanza el punto de cocción de las nécoras.

Seré un exagerado, pero no hemos puesto en pie una civilización para acabar tomando nuestra cerveza templada. Por algo dijo Dios en el Apocalipsis aquello de «a los tibios los vomitaré de mi boca».