Desoyendo los consejos de mi cardióloga, el sábado me planté en Pabellón Inferior para asistir al apocalipsis, pensando que lo más difícil estaba hecho tras pillar la entrada en la web de la Federación, usando todos los trucos aprendidos de chaval con el Space Invaders, solo que en vez de marcianitos, en lo de Rubiales había que matar asientos al azar hasta hacerse con uno a 19,50 lereles.
Del oficio de difuntos que se celebró luego en Riazor ya no hay mucho que contar, se ve que nuestro entrenador iba con los otros y se encargó de destruir las cuatro cosas que estábamos haciendo bien para darle más emoción al encuentro y mandarnos a la prórroga con las pulsaciones en el más allá de la cardiología.
Como las velitas que encendí para el partido no obraron el milagro, el domingo a primera hora me fui a la Venerable Orden Tercera y le pedí a San Judas Tadeo la hoja de reclamaciones. El santo me miró muy serio desde su peana y me aclaró que él está para las causas imposibles, difíciles y desesperadas, como sanar una enfermedad incurable o evitar la tercera guerra mundial, pero que para los ascensos del Dépor hay que acudir a la Virgen del Rosario, que frenó a los ingleses con María Pita y cuatro matados, o directamente a Dios, el único capaz de resucitar a los muertos (se ve que Lázaro, coitadiño, también jugaba en Segunda B).
No sé, pero igual tiene razón San Judas y tenemos que empezar a rezar al Cristo de la Buena Muerte, porque legionarios no, pero un poco novios de la muerte sí que somos en A Coruña. Mientras miramos si renovamos las estampitas o el abono, yo, que siempre fui más de Patton, me pongo a las órdenes del general MacArthur, que fue el que en 1942 se largó de Filipinas mentándole a los japoneses el Riazor del 2022: «¡Volveremos!».