Quejas de vecinos y comerciantes por el «estado mugriento» de las calles de A Coruña

m. carneiro A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

Marcos Míguez

Denuncian que las barredoras han desaparecido de las aceras y las consecuencias de los perros sin control

18 jun 2022 . Actualizado a las 21:58 h.

«El pis de perro cristaliza». Sandra Galán escuchó de todo en su tienda de la avenida de Buenos Aires, pero coincide con el parecer generalizado de vecinos y comerciantes sobre la necesidad de una limpieza a fondo de la ciudad. Tuvo que pintar con un producto especial la fachada quemada por la orina de los chuchos y es frecuente que al abrir la persiana se encuentre la cerradura mojada y charquitos sospechosos. José Luis Gómez, conserje de un edificio a pocos metros, no recuerda la última vez que vio una barredora —las máquinas que friegan las aceras, con cepillos y agua—, pero no olvida la mañana que recurrió al 010. «Alguien vomitó delante del portal y quedó así días. Llamé al 010 pero tampoco hicieron nada. Me quejé a un barrendero, llamó él y entonces vinieron», cuenta el trabajador, que baldea casi a diario la acera, ennegrecida y salpicada de rastros de animal.

Enfrente, David Fernández, dueño de una mercería en Alfredo Vicenti, cuenta que tiene que salir tres o cuatro veces al día con vinagre de alcohol diluido en agua para eliminar el mal olor de delante de su puerta. «Cada vez que un perro marca viene otro detrás», advierte. Y Trini Mosteirín, empleada en la papelería Carlin, cada lunes a las 9.15 horas barre la acera de la plaza de Pontevedra para que la basura no se le meta dentro. «Está chea de lixo, cabichas, plásticos, papel, de todo. Limpar, en xeral, limpan pouco. Non sei en María Pita. Hai un ano viñeron do Concello a preguntar e contestámoslles o mesmo que estamos a dicir agora», apunta. En María Pita, en los soportales próximos a la Florida, el suelo está negro. «Los camiones de la basura pierden aceite, la gente pisa y lo van esparciendo y nos lo traen al bar», se queja la dueña del Atlántico.

Plaza de María Pita
Plaza de María Pita ANGEL MANSO

En el corazón del barrio de Pescadería, el malestar por la falta de limpieza o la acumulación de desperdicios es palpable. A las 11.00 horas de ayer, Álvaro Rodríguez, de la taberna de A Mundiña, repartía manguerazos en la calle de la Estrella antes de instalar la terraza. «¿Quién se va a sentar a comer con este olor?», preguntaba. El tufo era real y procedía de la calle Mantelería. «Ahí hacen sus necesidades personas que viven en una tienda de San Andrés, está en estado mugriento», desvelaba Soledad Somoza, una ingeniera naval con la oficina en la zona. «Mi hija le llama la calle de la mierda. El bus la deja en el paseo y damos una vuelta para no pasar por ahí. No entiendo por qué no viene la máquina a presión, están desaparecidas», lamenta. A la vuelta de la esquina, Belén, una vecina, comparte la impresión. «En cuestión de limpieza, la ciudad está mucho peor. Estas calles que tienen tanta actividad deberían estar más atendidas», considera.

El punto débil de los vinos: depósitos desbordados desde mediodía y festival de gaviotas

Un camión de recogida de cristal cruzó a media mañana de ayer la espina dorsal de la zona de vinos. Delante de cada negocio, un recipiente con botellas que los trabajadores vaciaban. A esa hora los contenedores no se habían desbordado, pero no tardarían mucho. Los depósitos rebosaron a la hora de comer y todavía quedaba por delante una larga tarde noche de viernes. «No es aceptable que esto esté así», dijo un comerciante de la calle, que sugiere instalar más puntos.

En la plaza de San Andrés, donde se encuentra el otro lugar de recogida más próximo a los bares y restaurantes de Galera y Olmos (allí en contenedores subterráneos), María Sánchez, de la tienda de ropa The Mint, avanzó el panorama del fin de semana. «No cabe más y sale todo para fuera, las puertas ya no cierran bien, vienen las gaviotas, esparcen los residuos [orgánicos, muchos] y queda todo hecho un asco. La plaza no está bien atendida en cuanto a limpieza», explica la trabajadora.

María Santos, empleada en un restaurante, es partidaria de aumentar la frecuencia de recogida en lugar de instalar más contenedores. «No es sencillo encontrar un lugar para colocarlos, porque la gente no los quiere delante, y pienso que se van a desbordar igual. O recogen más a menudo —propone— o la solución es difícil. Y no digo nada de los vecinos que bajan muebles rotos o colchones sin avisar al ayuntamiento y luego les echan la culpa a los bares de la suciedad».