Ana Ballesteros: «La pandemia constató que los centros de detención de inmigrantes no son necesarios»
A CORUÑA

En su regreso a España después de dos años en Canadá al abrigo de una beca Marie Curie, la investigadora del Ecrim coordina en Elviña un congreso internacional sobre las transformaciones en la detención de migrantes, junto con Cristina Fernández Bessa
02 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.La beca Marie Curie que llevó a Ana Ballesteros a Canadá a finales del 2018 la ha traído de vuelta a España con colaboraciones bajo el brazo para la UDC y nuevos proyectos en el seno del Ecrim, grupo puntero en el que la investigadora de Redondela comparte trabajo, entre otros, con Cristina Fernández Bessa, y estos días, también la coordinación científica de un congreso sobre las transformaciones en el campo de la detención de migrantes en el ámbito internacional.
Ana Ballesteros, que urge a garantizar «vías seguras y viables para que las personas puedan moverse y acceder a otros países regularmente», explica el congreso de Elviña en la necesidad de conocer los mecanismos de detención y control migratorio que se están utilizando, «porque se habla como si todo fuera lo mismo y no es así: hay países que usan centros de detención cerrados, como los CIE españoles, hay alternativas como los brazaletes electrónicos, hay diversidad de contextos e instrumentos, en sentido amplio, que queríamos recoger para establecer diálogos y poner sobre la mesa cuestiones centrales», señala la investigadora.
Medio centenar de especialistas, entre ellos, una nutrida representación estadounidense, abordarán asuntos cruciales para el futuro como el manejo de inteligencia artificial en las fronteras, la recogida de ingentes cantidades de datos de la población, el uso que se les da y las salvaguardas jurídicas. Indagarán la aparición de nuevas dinámicas «a veces con un discurso más humanitario pero que en el fondo ocultan las mismas vulneraciones de derechos bajo un cambio de nombre», apunta Ballesteros, y alude a las «islas cárcel» del Mediterráneo o Canarias, de las que los inmigrantes no pueden salir, «nuevas realidades más sutiles pero que encierran lo mismo», incide. Y hablarán del «corto verano de la abolición», alentadora expresión de la gente del Ecrim para definir la ilusión que se abrió en España con el cierre (temporal, luego se vio) de los centros de internamiento durante la pandemia. «Gracias al Defensor del Pueblo y a los activistas, los CIE se vaciaron y cerraron, porque si eran para detener a personas que iban a ser deportadas y las fronteras estaban cerradas no tenía sentido que estuviesen operativos. Aquello fue la constatación de que no son necesarios, no valen y hay que trabajar para su eliminación», subraya Ana Ballesteros, que apunta a cierto consenso de las entidades religiosas, el Defensor del Pueblo y las oenegés de que «estos espacios de sufrimiento, vulneración de derechos humanos y una opacidad incluso mayor que las prisiones, desaparezcan. España los cerró durante la pandemia, fue el único país. No pasó nada». El avance siguiente ha de garantizar vías para acceder a visados, estatutos de refugiados, reconocer la situación de los países de origen. Que no tengan que jugarse la vida en el Mediterráneo. Aunque España está mejorando los porcentajes de aceptación, el acceso al refugio es muy limitado».