Deshacer una casa te sienta frente a frente con tus recuerdos. Con los olores, los juegos, las recetas...
28 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Mi abuelo Aniceto caminaba por el pasillo con las manos a la espalda. También escuchaba la radio sentado en la sala de estar. Pero recuerdo sobre todo aquellos paseos de la puerta de entrada a la pared del fondo. Era muy pequeña, y me parecía muy alto, muy alto. Envidio los recuerdos más completos de mis primos mayores, que convivieron con él más tiempo y recuerdan incluso el transistor.
Deshacer una casa te sienta frente a frente con tus recuerdos. Con los olores, los juegos, las recetas, el día que vino un fotógrafo a retratarnos a todos en aquel piso de Santa Cristina, en un salón en el que nunca se jugaba. Sí en el resto de la casa, ahora patas arriba llena de cajas. Encontramos en una carpeta roja toda la vida laboral del abuelo. Papeles gastadísimos que se remontan a finales de los años 20, que cuentan dónde estaba durante la Guerra Civil, cuándo tuvo la gripe o sufrió un esguince de tobillo. Papeles oficiales con antiguos sellos de tinta azul que hablan de Curtis y Betanzos, también de Guadalajara y Lérida, pero que no dicen nada de lo que había detrás de esas líneas mecanografiadas. Todas las familias cuentan parte de su historia en voz baja, es parte de una memoria compartida, de un relato común. Pero a medida que los mayores se van, los más jóvenes nos quedamos solo con un «me suena que, alguna vez hablaron de...».
Deshacer la casa es parte del duelo, hay algo terapéutico en reencontrarse con las cosas que fueron parte de tu infancia. También abre las puertas de esa historia con minúscula que dio forma a tu familia, la que no está en los papeles, pero que pesa tanto o más que la que ocupa aquella que luce membretes oficiales. La que no merece, en realidad, ser olvidada.