Recién jubilado después de 11 años como jefe de servicio en el Chuac, el médico advierte que solo el 15 % de las personas ingresadas en cuidados intensivos no salen adelante y que siempre hay que informar con humanidad y empatía
05 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Su día a día ha sido trabajar con gente que está entre la vida y la muerte. Se acaba de jubilar tras 33 años como médico de la uci, los últimos 11 como máximo responsable de una unidad por la que nadie quiere pasar. «Es mejor no ir. Pero la mayor parte de las personas que ingresan salen adelante. La mortalidad es del 15 %, con lo que la mayoría se recuperan, aunque en algunos casos con secuelas. Nosotros damos el soporte artificial a la vida para que te recuperes de lo que está acabando contigo. Después de 33 años en la uci puedo decir que morir no es lo peor, lo peor es sufrir», analiza David Freire Moar. Podía haberse jubilado hace dos años, pero en aquel momento había 90 seres humanos luchando por sobrevivir a consecuencia del covid. Era el peor momento hospitalario de la pandemia. «Con ese panorama no entraba dentro de mis cálculos irme», recuerda. Charlamos en la cafetería Manhattan de la plaza de Pontevedra. Se ve que es un hombre tranquilo. «La tranquilidad te la da la seguridad de que sabes lo que hay que hacer. En la uci es mejor estar tranquilo, lo cual no quiere decir que no seas diligente. Pero gritar y dar órdenes es más de las películas. Hay que intentar transmitir tranquilidad al equipo para hacerlo lo mejor posible», analiza este profesional que ha visto morir a mucha gente y ha tenido que informar a muchas familias que esperaban a la puerta de la esperanza.
El secreto de la vida
Tiene 67 años y todavía echa una mano alguna tarde en la uci del Modelo, pero ya no es la vida estresante de antes. Su trabajo a lo largo de estos años le hace pensar «muchas cosas. Ves lo frágil que puedes llegar a ser», afirma. Toma un poco de café descafeinado y continúa con su reflexión: «Morir nos vamos a morir todos. Pero hay que ver que la vida es un regalo que nosotros no elegimos. Tampoco escogimos a nuestros padres ni a nuestra familia. Lo mejor es vivir con la sensación de disfrutar, que no es llevar una vida loca. Creo que el secreto es hacerle la vida agradable a la gente que tienes cerca. Que te recuerden como una buena persona», sentencia. Me habla de esos momentos en los que hay que decirle la verdad a los familiares. «Informar es fundamental y hay que hacerlo con humanidad y empatía. No estás informando de un coche que no tiene solución. Es importante que perciban que, aunque a su familiar no le va bien, estamos haciendo todo lo posible y que no sufre. No será mucho consuelo, pero es algo. Siempre intenté tratar a pacientes y familiares como me gustaría que tratasen a las personas más queridas por mí».
Félix Rodríguez de la Fuente
Coruñés del 55, se crio en la zona del Montiño y estudió en la escuela de la señorita Oliva. El bachillerato y el COU, en el instituto de Monelos, que acababa de abrir. De pequeño le gustaba dibujar y los animales que tan bien conocía por los veranos en la casa familiar de Aranga, donde los abuelos tenían vacas. Un buen día apareció Félix Rodríguez de la Fuente en la tele y enseguida supo que quería ser como él. «Entonces mi padre me dijo: “Félix solo hay uno y tú no vas a ser el segundo”». No hubo más que hablar. David estudió Medicina, que en algo se parecía, y alguna vez ayudó a su padre, que era camionero de una cooperativa de pescado. Tras varios destinos médicos se convirtió en ucista, el último eslabón, donde se ven los pacientes más graves. «Si echo la vista atrás, estoy contento de haber sido médico. Más apetecible que haber sido el segundo Félix Rodríguez de la Fuente», comenta sonriente. Tiene 4 hijos, fruto de dos matrimonios. El mayor, de 35, es abogado, y el siguiente, de 29, es militar y anda con los tanques Leopard en Zaragoza. Con Virginia tuvo dos hijas, Patricia, de 16, y Sofía, de 7 añitos. «Ahora tengo tiempo para estar con la familia y para pintar (no piensa exponer), leer, hacer algo de ejercicio y vivir». Él conoce el secreto.