Historia de dos Coruñas

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

ANGEL MANSO

Yo, que sobreviví a la adolescencia en el Peruleiro de los años ochenta, donde podrían haber rodado «Yo, el Vaquilla» sin tocar el decorado, le digo al odiador del siglo XXI que sí, que ahora uno va por la calle Real abriéndose paso entre las jeringuillas y los okupas

14 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Supongo que es un artificio para amortiguar los directos a la mandíbula que nos atiza la vida y, de paso, exaltar la parte benigna de la existencia, pero me pasma esa manía de edulcorar el pasado y aborrecer el presente. Nunca he estado por esa labor. La añoranza me parece un coñazo insufrible y de su esterilidad —¿de qué sirve insistir en que 1985 fue macanudo?—, mejor ni hablamos.

Este discurso añoso se resume en dos principios básicos: «Ya nada es lo que era» y, sobre todo, la tesis central del veterano: «Los de antes sí que sabíamos hacer las cosas, no como los flojos de ahora».

No nos engañemos, todos los veteranos son en el fondo veteranos de Vietnam. Justo como John Goodman en El gran Lebowski. Así que, cuando un talludito de A Coruña te cuente que estuvo en la batalla de Elviña, mejor no le lleves la contraria, o te acabará dando detalles de por qué Napoleón no subió la A-6 hasta la rotonda de Sabón.

Por eso, cuando escucho al boina verde de palleiro aferrado a su taza de blanco dibujar esta Coruña del 2023 como una especie de Bronx de los años setenta, sitiada por las bandas criminales y la droga —con Paul Newman a punto de acudir al rescate del Distrito Apache koruño—, le sigo el juego sin pestañear para paliar la tabarra.

Yo, que sobreviví a la adolescencia en el Peruleiro de los años ochenta, donde podrían haber rodado Yo, el Vaquilla sin tocar el decorado, le digo al odiador del siglo XXI que sí, que ahora uno va por la calle Real abriéndose paso entre las jeringuillas y los okupas, no como en 1989, cuando yo volvía de madrugada a casa por la avenida de La Habana y me salían al paso docenas de efebos, con sus togas y sus laureles, y me recitaban hexámetros de Homero en griego clásico mientras sembraban de pétalos mi camino. Aquella de los ochenta sí que era una juventud sana.