Aquello que anotó de niño Picasso: «El viento ha comenzado a su vez y continuará soplando hasta que no quede rastro de A Coruña».
18 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Me contaba un día mi amigo Alberto Juffé —que es mi cirujano y me ha visto el corazón por dentro— que, cuando llegó a A Coruña allá por los noventa para crear el servicio de trasplantes cardíacos del Chuac, Telefónica tuvo que plantar un poste en la casa de Cambre donde vivía para darle línea y que le avisaran si había que salir pitando al hospital a recolocar un corazón. En el pueblo dedujeron de inmediato que aquel señor con acento argentino era importante, porque tenía un poste telefónico para él solo.
Ahora esos postes son arqueología y resulta difícil encontrar un rincón de Galicia donde no haya 5G, fibra óptica y un bar con wifi a caño libre. Lo que pasa es que, cuando nos venimos arriba con nuestra tecnología, llega la naturaleza para devolvernos de un sopapo al rincón de nuestra fragilidad.
El otro día andaba yo por el centro de A Coruña, donde la cobertura y el 5G llueven del cielo como maná bíblico, pero cuando saqué el móvil para hacer una llamada de las de antes, a pulmón, aquello fue imposible, porque el viento, ese dios desatado que azota esta esquina desde la creación, hizo que mi voz se perdiera en algún lugar entre mi boca y el teléfono.
Me vino a la cabeza entonces mi amiga Susana Carral, la que hizo decir a J. R. lo de «estás bébeda, Sue Ellen», y que ha traducido la colosal novela Lo que el viento se llevó aquí mismo, en esta Coruña que convierte en literal la metáfora de que las palabras, como el mundo de Vivien Leigh y Clark Gable en la película, se las lleva el viento.
Y me acordé también de mi amigo Rubén Ventureira, que ha montado en el Museo de Belas Artes una fabulosa exposición sobre el Picasso coruñés, y aquello que anotó de niño el pintor: «El viento ha comenzado a su vez y continuará soplando hasta que no quede rastro de A Coruña».