Una relación de cariño del técnico con sus jugadores, bastante más allá de lo deportivo.
13 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Una de las últimas veces que estuve con Arsenio Iglesias en el estadio de Riazor fue en el año 2004. Coincidimos en un partido de Liga del Deportivo de Irureta en el que todavía impartían clases magistrales Mauro Silva y Fran. Y aquel día no fue una excepción.
Yo iba perfilando la crónica y las calificaciones de los jugadores, pero cuando el duelo tocaba a su fin me pareció interesante contar con la opinión de Arsenio.
—Míster, ¿quién ha sido el mejor del partido?
—Hombre, para mí los mejores siempre son Mauriño y Fran.
Me quedé un rato dándole vueltas a la respuesta y llegué a la conclusión de que significaba más o menos esto: «A ver, neno... Yo he venido aquí por dos motivos. Primero, para ver al Dépor, que es el otro amor de mi vida. Y segundo, para ver a mis hijos deportivos, los que quedan en activo, que son Mauro y Fran. Entonces, ¿qué me estás preguntando? Me da exactamente igual cómo hayan jugado los demás. Para mí son los mejores y lo van a ser en cualquier caso. Punto».
Siempre he creído que aquella respuesta explicaba muy bien la personalidad de Arsenio. El suyo no era un argumento deportivo ni pretendía serlo, porque para él el factor emotivo y sentimental estaba muy por encima de lo demás. El Dépor, Mauro y Fran eran valores que trascendían al partido. Y creo que aquella respuesta explica también lo que acabamos de vivir con su fallecimiento. Todas esas muestras de cariño se deben un poco a esto mismo. Arsenio era una figura deportiva de primer nivel, pero para la gente iba mucho más allá: «Para mí, siempre Mauriño y Fran».
Huelga decir que los mejores del partido aquel día, según las calificaciones de La Voz de Galicia, fueron Mauro Silva y Fran.