Con los horarios ya vestidos de otoño, ha vuelto la lectura en autobús (Tranvías debería postularse como candidato a alguna campaña de fomento involuntario de la lectura)
30 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.No se trata de un consulado, ni de una intervención artística, ni siquiera de un aluvión de turistas nipones buscando la casa de Picasso. Mucho más simple: es un libro. Dos, en realidad, y una especie de inmersión en la literatura japonesa para sobrevivir a la vuelta a la rutina. Con los horarios ya vestidos de otoño, ha vuelto la lectura en autobús (Tranvías debería postularse como candidato a alguna campaña de fomento involuntario de la lectura) y la necesidad de escapar de ese mismo otoño que está a la vuelta de la esquina. Como cada año, las casetas de la Feira do Libro de principios de mes se convierten en una tentación imposible de evitar a pesar de los gritos de auxilio de la pobre librería de casa. Esta vez cae la recomendación de Lume y una brevísima novela de Azi Shimazaki. Se llama Azumi, el club de Mitsuko, y se va en un suspiro y tres viajes. Hoy el bus dejará Juana de Vega para entrar en la plaza de Pontevedra y me encontrará con otra novela japonesa, mucho más antigua. Se llama La llave, y la escribió un referente de la literatura del siglo pasado en Japón, Tanizaki Junichiro.
Nada tienen en común (Azumi es una delicia y La llave es, cuando menos, perturbadora, pero ambas han conseguido que estos primeros días de rutina, de cielos grises y horarios ya otoñales a un mes de que acabe el verano, me encuentren pasando páginas en cada autobús al que subo, en cada cola, en cada pausa, tratando de entender a unos personajes totalmente ajenos a todo lo que me rodea.
Qué difícil de explicar esa sensación (maravillosa) que provocan los libros con los que dejas de oír cualquier ruido externo. Ni las paradas del bus, ni las voces de la calle, nada. Solo el roce del papel.