Hacer equipo

Hugo Álvarez Domínguez CRÍTICA MUSICAL

A CORUÑA

EDUARDO PEREZ

El trabajo de solista y orquesta hizo añorar que la Sinfónica de Galicia vuelva a abordar música de cámara como en el pasado

05 feb 2024 . Actualizado a las 22:02 h.

Esta semana, la Orquesta Sinfónica de Galicia dejó sensación de equipo, de un todo preparado para hacer música a gran nivel individual. Ludwig Dürichen (violinista de la formación) actuó como solista en el Concierto para violín de Jesús Torres.

Estrenado en el 2012, es una partitura concreta (20 minutos en tres movimientos sin solución de continuidad) que bebe de referencias claras (ecos del minimalismo de Pärt y Glass, guiños al cine y coqueteos con el primer Berg).

De escritura exigente para el solista, con cantabilidad muy marcada, entraña un desafío técnico notable (esos cromatismos iniciales o ese largo final en el que el violín, solo, va muriendo, que Dürichen bordó). La obra da sensación de acumulación de referencias más que de un estilo propio; pero se escucha con agrado.

Incuestionable la preparación de Dürichen ante un concierto al que hizo justicia frente a una orquesta de la que Andrés Salado extrajo sonido excesivo que a veces impidió centrar la escucha en el solista. Festejado por músicos y público casi a modo futbolístico, Dürichen regaló encores de Bach e Ysaÿe muy inspirados. Mereció una obra de mayor lucimiento.

La Primera sinfonía de Shostakovich es una partitura que da las claves de lo que vendrá después: hay lirismo, humor y una serie de juegos por familias que permiten lucirse a la orquesta de modo casi camerístico. La lectura de Andrés Salado fue mejor en lo íntimo y lírico (grandes trabajos de fagot, oboe, violoncello, piano, concertino o timbal) que en unos tutti grandilocuentes donde los planos no siempre estuvieron bien diferenciados. La versión, falta de un discurso claro, destacó más por concertar que por lograr pasión, expresividad o un sello propio: los pasajes de mayor garra escaparon a su control pese al buen sonido de una orquesta que se impuso a una batuta impersonal con sensación de monotonía.

El trabajo de solista y orquesta hizo añorar que la Sinfónica de Galicia vuelva a abordar música de cámara como en el pasado: la calidad de los músicos lo merece. Destacó la sensación de pertenencia a un equipo de público y orquesta.