Una obra editada por Trea analiza grandes edificios perdidos por la especulación y la modernidad mal entendida
24 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.«¡Lo están haciendo en toda Europa! [levantar réplicas de edificios imborrables]», proclama el profesor de la USC Jesús Ángel Sánchez García. Habla de la reconstrucción del hotel Atlantic que hasta 1967 coronó el fascinante paseo del Relleno coruñés, alineado con la Terraza y el Kiosco Alfonso. Basta ver lo que ocupó su lugar para llorar la pérdida dos veces. Pero vinieron otras después con la misma mala fortuna, la iglesia de los jesuitas, el sanatorio marítimo de Oza, el edificio de Fenosa en Fernando Macías, el asilo de Adelaida Muro, el Matadero municipal en el lugar que aún conserva el nombre. Edificios que contaban la ciudad con un lenguaje excelente, reconocidos como propios por generaciones y sustituidos por el «vendaval destructor de la insensibilidad», unas veces con ánimo especulativo y otras en busca de una modernidad mal entendida. Todos ellos componen la aportación coruñesa a la obra Arquitecturas añoradas (Trea, 2023), editada por Sánchez, Vázquez Castro y Vigo Trasancos, y continuación del volumen Arquitecturas desvanecidas, que se detuvo en el aciago 1936.
Con el asilo de Ciórraga derribado en el 2001 se fue parte de la memoria de Adelaida Muro, filántropa y devota que legó parte de su fortuna para construir un asilo para desamparados. El sol de la tarde iluminaba su galería trasera, una de las más importantes del siglo XIX, con vistas al Orzán. Estaba catalogado, hubo movilizaciones, se levantaron viviendas de lujo.
Un año antes, en el cambio de siglo, llegó la hora del edificio de Fenosa, emblema del desarrollismo promovido por los tecnócratas de Franco y magnífico ejemplo de la arquitectura corporativa americana de los años 50 y del Movimiento Moderno enunciado por el hasta hace poco omnipresente Mies van der Rohe. Su desaparición abrió un litigio urbanístico que duró dos décadas, llegó seis veces al Supremo y a poco estuvo de zanjarse con la piqueta.
Y en 1992, con Barcelona y Sevilla abanderando la modernidad, A Coruña despidió otros dos hitos. En Juana de Vega, la iglesia neogótica de los jesuítas que elevó el horizonte de la ciudad gracias a su aguja calada y esbelta, proyectada por Bescansa. Y en Oza, el último pabellón del sanatorio marítimo, mandarriazo final a un proceso de destrucción que había empezado por la propia playa.