Hay un límite en el calendario que hace que entres en la cafetería de la plaza de Pontevedra con la seguridad de que no te has equivocado de lugar
16 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Hay un momento en la vida en que una deja de verse como la posible novia de Bradley Cooper y comienza a visualizarse como su madre. Y si no la conocen, tienen que verla a su lado, esa mujer menuda, bajita, con su melena cardada, orgullosa del brazo de su hijo. Ese momento vital define el instante adecuado en que una coruñesa puede permitirse entrar en el Manhattan. Es un límite en el calendario que hace que entres en la cafetería de la plaza de Pontevedra con la seguridad de que no te has equivocado de lugar. En Coruña esto no puede hacerse a los 20 ni a los 30, ni siquiera a los 40, pero es un relax total, cubiertas todas esas décadas, saber que puedes cruzar la puerta de ese templo incólume sin que se te mueva una pestaña. ¡Qué tranquilidad!
Lo pensaba el fin de semana pasado, el domingo en que el Dépor nos aupó a la gloria, y no había ni un hueco en esta ciudad en donde tomar un bocata. En medio de esa manifestación blanquiazul era imposible acceder a ningún local sin acabar empapada del sudor del gentío, enredada en una enorme cola para conseguir llegar a la barra. En toda esa masa viscosa da mucho gusto sentirse como la madre de Bradley Cooper, con la veteranía coruñesa de postín, para darse un homenaje semejante al festejo. Entrar en el Manhattan como si fuera el lugar de moda de Beverly Hills, con los espejos dorados y las sillas giratorias, da mucha paz. Es jugar en otra liga, con la certeza de que el botellón con el culo mojado es para otras. No para ti, que ya no estás para perder tiempo ni para cistitis. Hay que aprender de los clásicos —pienso— mientras el camarero con pajarita se acerca raudo a atenderme. «Por favor, un número cinco», le digo con aires de First Dates, y así, en medio del caos, ceno como una señora.