Tras vivir en Tanzania y Jamaica, regresó a su tierra para abrir una escuela de meditación
19 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.En medio del bosque, «en una aldeíta» en San Vicente de Vigo (Carral), fue donde María Ares Candal (A Coruña, 1992) encontró la felicidad.
—¿De dónde sale usted?
—De un proceso de vuelta a los orígenes. Crecí en A Coruña, pero he estado fuera durante unos diez años. Al regresar, me fui con mis padres, pero esta casa se quedó vacía y me mudé aquí. Es la aldea de mis abuelos y llevo viviendo sola en el bosque tres años. Me da mucha paz.
—Es una imagen muy bucólica pero, ¿en serio que vive sola en medio del bosque?
—A ver, no vivo en una cabaña en medio del bosque, pero sí vivo sola en una aldea muy pequeña y, cuando abro la ventana, solo escucho pajaritos. Estos últimos tres años he estado viviendo en medio de la naturaleza.
—¿Por qué regresó a su tierra?
—Volví a Coruña con la pandemia, una historia poco original. El último sitio en el que estuve viviendo fue Australia. Venía de estar muchos años fuera y, después de tanto movimiento y tanta búsqueda, fue un año complicado, de introspección. Me puse a analizar mi recorrido profesional hasta el momento. Aunque estudié periodismo, me dediqué al márketing digital. Tratando de ver qué podía aportar yo al mundo, salió mi proyecto y creé la escuela de meditación online.
—Después de la inquietud, llegó la quietud.
—Uno siempre enseña aquello que más necesita aprender. Creo que mi proceso ha sido cultivar esa inquietud que tenía, ese impulso de estar siempre buscando experiencias y lugares. Pero también acabé muy agotada de esa época y por eso me acerqué a la meditación.
—Eso es lo suyo ahora.
—Practico yoga y meditación desde el año 2016. Siempre ha formado parte de mi camino pero, el haber viajado sola durante tanto tiempo, hizo que indagara mucho más. Me interesa mucho ese mundo y, en solitario, tenía más tiempo para practicarlo. Eso me llevó a la India, donde ya he estado unas seis veces.
—Se sigue formando y viajando.
—Sí. En la India es donde más sigo profundizado en el tema, pero en España estudié también un máster en Psicología y mindfulness.
—¿Qué tal le va?
—Muy bien. He desarrollado varios cursos de meditación, escucha interna y autocompasión. Y hace unos meses creé una membresía que es un templo virtual. Se llama El Templo de la Quietud.
Vuelta a las raíces: Tras pasar diez años viajando por el mundo, decidió crear una escuela de meditación desde la aldea de sus abuelos, en San Vicente de Vigo (Carral).
«El Arte de la Quietud»: Así se llama el proyecto de esta coruñesa que acerca la práctica del yoga y el mindfulness a los demás.
«A los 24 años dejé el trabajo, el piso y la pareja y me marché a África»
A través de su escuela online, María Ares trata de «acercar la práctica de la meditación» a todos aquellos que estén interesados. «Es la herramienta más útil para conocer lo que verdaderamente somos y llegar a esa quietud interna», tan necesaria en el mundo frenético en el que vivimos. «Muchos se acercan porque tienen ansiedad, pero esto no es como tomarse una pastilla mágica». En la actualidad, comparten su «medicina para el alma» unas cien personas de todas las edades. Cuando entras en su «Templo de la Quietud» tienes la sensación de estar en un templo indio. Un refugio virtual que ella creó tras visitar Oriente Medio y recorrer medio mundo.
—Estuvo diez años lejos de aquí.
—Tras estudiar Periodismo en Madrid, a los 24 años tuve una crisis existencial, de esto de no saber qué hacer con la vida y me fui a África. Siempre había sentido mucha conexión con ese continente y con Oriente Medio. Sentía esa llamada, sumada a la inconsciencia de la juventud y a las ganas de ver mundo. Me dejé llevar y me marché.
—¿Se fue sola?
—Sí. Dejé el trabajo, el piso y la pareja que tenía en Madrid en aquel momento. Me fui por unos meses y, al final, abrí una etapa de mucho movimiento. Estuve viviendo en Tanzania, en Jamaica y en Sri Lanka. Viajé muchas veces a la India y viví en Australia.
—Una etapa intensa en sitios, algunos nada fáciles para vivir.
—Lo pienso a veces. De hecho, ahora, con treinta y pico años, no sé si me iría a ciertos sitios en los que estuve.
—¿Qué tal le fue?
—Siempre tuve experiencias buenas y pude compaginar el placer de viajar con oportunidades labores. En Jamaica trabajé en el departamento de márketing de un hotel.