Cristina Monge: «Lavarse los dientes con el grifo abierto es una horterada»

M. CARNEIRO A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

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La politóloga y profesora de la Universidad de Zaragoza habló en la UDC de la gobernanza para la transición energética

27 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

«Ahí también sabéis de eso», dice la politóloga Cristina Monge (Zaragoza, 1975) de los territorios que acumulan daño ambiental durante décadas a fuerza de soportar actividades industriales encadenadas con altos niveles de contaminación. «Cuando analizas los movimientos de protesta ves que responden a tres motivaciones de fondo: la conservación de la naturaleza, una reacción a empresas que se instalan pero que no dejan beneficios en el lugar, y en tercer lugar, la respuesta de los llamados territorios de sacrificio, zonas que se han puesto al servicio de otras durante generaciones, como los valles que hace 50 años se inundaron para construir embalses y llevar riego a otros territorios, y ahora se ven rodeados de molinos eólicos que acaban por destruir el paisaje que quedaba», explica la profesora de sociología de la Universidad de Zaragoza.

Monge ofreció una conferencia en el curso de verano sobre transición energética que tiene lugar en el campus de Elviña, organizado por la cátedra Greenalia y dirigido por el profesor de Economía de la UDC Fernando de Llano. La tesis de la especialista pone el foco en la gobernanza. «Tenemos mucha evidencia científica acumulada, bastante acuerdo social (la mayor encuesta realizada a nivel mundial, de la ONU, concluye que el 80 % de la población cree que la crisis energética es una prioridad y exige a sus gobernantes medidas acordes), tenemos abundante tecnología y tenemos bastante financiación, de la UE, de otras Administraciones y de iniciativa privada. ¿Dónde está el problema? En la gobernanza. Hay que poner de acuerdo a muchos actores y muy diferentes», afirma. 

Las víctimas de la transición

La transición energética, «como todas», advierte la profesora, «conlleva víctimas y perdedores, a los que hay que acompañar para que la transición sea justa. Territorios como los que han vivido del carbón, que tienen que repensar su modelo económico, sectores como el carbón o el agrícola-ganadero, y personas», expone. Queda reconocer la urgencia de llegar a acuerdos y la percepción es todavía desigual. «El ámbito urbano ve una oportunidad para vivir mejor: El rural ve una amenaza», interpreta la analista política, que alude a una verdad de cajón que debiera guiar todo el proceso.

«Suelo decir que es la primera vez que hacemos una transición energética. Estamos aprendiendo. Por eso, hay que poner en valor los avances, para no caer en el nihilismo. Hay que tener honestidad intelectual para ir midiendo lo que hacemos y ver si funciona. Una evaluación continua. Y mirar lo que se hace bien y lo que se hace mal. No todo vale», advierte la especialista, que relativiza el impacto del auge de la extrema derecha y el negacionismo climático en el horizonte a medio plazo, «siempre que sus socios de la derecha no ultra, con lo que van de la mano, mantengan las políticas verdes».

Contra el nihilismo, batería de acciones. «En primer lugar, las de sentido común, apagar la luz al salir de la habitación, ahorrar agua. Lavarse los dientes con el grifo abierto es una horterada», chancea. «El que pueda, por renta y por disponibilidad de alternativas, consumir agricultura ecológica, comprar un coche eléctrico o híbrido. El que pueda», reconoce la profesora y remata con dos propuestas «al alcance de todos. Entender dónde estamos y lo que nos jugamos. Intentar comprender qué hay detrás de un molino eólico. Oponerse y protestar si se considera injusto, pero ver el proceso de transformación del mundo que nos toca. Y más fácil, incorporar el programa climático de las diferentes propuestas políticas como un criterio a la hora de decidir qué votar».