Ocurre, como tantas veces, que no sabemos que la última vez es de verdad la última
18 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.De todas las cosas que le digo a mi hijo para luego incumplirlas, hay una que me importa poco. Tan poco que debería dejar de decirla. Aunque desde ahora, será obligada por cuestiones ajenas a mi voluntad. Porque ocurre, como tantas veces, que no sabemos que la última vez es de verdad la última.
Desde ahora, ya no podremos entrar en Lume cada martes, al volver de la piscina, bajo la advertencia de que «hoy no se puede comprar nada». Imposible calcular cuántas veces incumplimos el aviso, porque la tentación era tan grande que mientras la criatura se acomodaba en un sofá al fondo, en la sección infantil, los mayores nos repartíamos por el resto de la librería acariciando libros, recomendándonos algún hallazgo, pidiendo una reseña, preguntando por alguna novedad.
Hay librerías cargadas de historia, como Lume. Pero que además, se convierten en el escenario de la historia íntima de los clientes. Porque pasar media, una hora, entre sus estanterías, una tarde cualquiera, era uno de los mejores planes. Una de las últimas veces, preguntando por la última novela de Aki Shimazaki, acabé hablando con Begoña Varela de clientas con la misma curiosidad por la literatura japonesa, de clubes de lectura, de novela negra. Tienen los buenos libreros esa capacidad de saber por dónde van los gustos de los lectores, de intuir que este libro sí y este mejor no. Será por eso que en la última Feria del Libro acabé también en su caseta, con Begoña (que me permitirá que la mencione así, aunque no me conozca) recomendando algunas de las lecturas que más le habían gustado. Ese último libro está ya en la montaña de lecturas terminadas. Vamos a echar mucho de menos la cita de los martes.