Luis Antonio García Rodríguez, exjefe de la Unidad de Cirugía de Columna del Chuac: «Bajo la piel queda claro que no hay razas ni riqueza, somos todos iguales»

Fernando Molezún A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

Luis García
Luis García F. M.

El doctor, recién jubilado, ha creado un puente médico solidario con Bangladés

14 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El doctor Luis García Rodríguez (Madrid, 1955) es una persona que podría haberse dedicado a cualquier cosa, que seguro que lo haría bien. Triunfaría, hiciese lo que hiciese, gracias a la actitud con la que se enfrenta a la vida. Pero, por suerte para todos los que hemos coincidido en tiempo y lugar con él, decidió ya de muy joven dedicarse a la medicina. Afortunados que somos, porque su vocación se traduce en salud para los demás. Acaba de jubilarse tras toda una vida en el Chuac, donde ejerció como Jefe de la Unidad de Cirugía Vertebral. Pero el doctor Luis —como le llaman en Bangladés, donde ha realizado un sinfín de operaciones— no es de los que se retiran fácilmente.

—¿Cómo empezó su relación con Bangladés?

—Fui por primera vez en el año 2007, de la mano de Inditex. Había colapsado una pequeña factoría y pidieron la ayuda de un traumatólogo para poner en marcha un programa pionero de evaluación de las discapacidades y secuelas de los heridos para establecer una compensación económica en función del grado. Eso nunca se había hecho allí, donde no existen leyes laborales, y hubo que enfrentarse a la patronal de la industria textil, que temía que esto sentase un peligroso precedente. Si sobrevives allí a una desgracia así, lo que te queda es exhibir en un semáforo tu muñón, a ver si recaudas algo. Tragedias como esa hubo varias en la zona, como la del 2013 del edificio Plaza, donde hubo 1.300 muertos y más de 2.000 heridos y donde también estuve. Allí encontré muchísima miseria, más que pobreza. La pobreza se ve, pero la miseria se huele.

—¿Cómo se atiende a los heridos en un país con tan pocos medios?

—Afortunadamente hay varios hospitales muy buenos, porque aunque el 95 % de la población viva en la pobreza, hay gente muy rica. Terminé en un hospital llamado Center for the Rehabilitation of the Paralised, que había fundado una fisioterapeuta inglesa en los años cincuenta. Tenía dos quirófanos algo rudimentarios, sin muchos medios, pero allí operábamos. Conté con la ayuda de una empresa española que me proporcionaba el instrumental quirúrgico e incluso los implantes. Y conocí a un médico, el doctor Sayeed Uddin Helal, que me habló de diferentes casos que tenían, sobre todo de niños con problemas medulares. Así que en cuanto disponía de tiempo, me iba para allí.

—Ahí arrancó una relación con el país que todavía dura.

—Es que engancha. Ves que allí la gente bebe el agua de las cunetas, porque no tienen otra cosa, y sabes que lo que tú hagas no va a solucionar todo el problema. Pero hay alguien, aunque sea tan solo una persona, a la que le puedes resultar útil. Hay que pensar en eso. Y ahí tenemos suerte los dos, el que recibe la atención y el que la presta, porque la satisfacción te aseguro que es recíproca.

—¿Descubrió un nuevo concepto del ejercicio de la medicina trabajando allí?

—No. Para mi, siempre fue el mismo. Siempre quise ser médico, desde niño. Veraneaba de chiquillo con mi familia en un pueblo de La Mancha, donde tenía una amiga, Carmen la Molinera. Era un poco mayor que yo, pero era mi compañera de juegos. Cuando acababa el verano yo me volvía a Madrid a estudiar, y ella se quedaba allí y con los años me fui dando cuenta de lo que me expresaba con la mirada. Se preguntaba por qué ella tenía que quedarse a pasar el duro invierno allí. Algo fallaba, y me propuse ser el mejor médico posible, con el fin de atender a todas las Cármenes las Molineras que me encontrase en mi camino. Ahí empezó mi sentido social de la medicina. Mi función como médico no es otra que ser útil para aquel que lo necesita, con independencia de credos, sexo, raza o nivel social. Por debajo de la piel queda claro que somos todos iguales. Eso lo ves en la mesa de operaciones, una vez haces la incisión, la anatomía es la misma, no hay pobres ni ricos ni colores ni razas ni nada de eso.

—Dice que aprendió mucho en Bangladés.

—Sobre todo, el espíritu de trabajo. Allí no hay horario. Se empieza cuando se empieza y se termina cuando se termina. Hemos operado hasta en fin de año, y a nadie le extrañó lo más mínimo.

«Mientras tenga capacidad mental y física seguiré echando una mano»

Las andanzas del doctor Luis García darían para llenar un libro. Y, precisamente, acaba de ver reeditado un libro suyo. Pero como es un hombre práctico, no recoge en él su vida, sino sus conocimientos, para que otros puedan continuar enriqueciendo esa historia iniciada por él: «Me pareció buena idea compartir lo que sé, lo que aprendí de otros», explica.

—Se trata de un manual que ya había sido editado.

—Sí, pero el doctor Sayeed me dijo hace un par de años que quería traducir el libro al inglés. Le dije que para mi era un honor, pero que mejor haríamos algo más ambicioso, un libro nuevo, ampliado y actualizado, una obra colaborativa en la que ha participado todo el equipo de cirugía de columna, varios cirujanos de Bangladés e incluso un compañero de Cuba. En Bangladés se utilizará en una escuela de cirugía vertebral que queremos crear.

—Acaba de jubilarse. ¿Cómo fue su despedida en al Chuac?

—Emotiva. Me hizo especial ilusión que allí estuviesen todos, la supervisora de planta, los médicos, el trabajador social, las enfermeras, fisioterapeutas, Silvia, nuestra limpiadora... Entre todos hemos sacado adelante a un sinfín de pacientes. Tenemos un pequeño lema, una fórmula: C+HxA. Es decir, Conocimientos y Habilidades, que suman, y Actitud, que multiplica. El conocimiento se puede adquirir en el hospital, pero la actitud hay que traerla de casa, cada día Pasamos muchas horas en el hospital, y si no hay buen rollo, es un infierno.

—¿Se ha despedido también de la gente de Bangladés?

—No, de esto no me jubilo. Al menos de momento. Los años que continúe teniendo capacidad mental y física para echar una mano, ahí seguiré.