Durante el confinamiento veía más que ahora a muchos de mis vecinos
27 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Desde que hay registros, en mi comunidad han muerto dos vecinos. Lo macabro de esta historia es que los registros empezaron hace un mes, cuando apareció un pequeño corcho junto a los ascensores. Un tablón de anuncios para avisar a los vecinos de reuniones, encendido de calefacción, incidencias varias, y como hemos descubierto con sorpresa, colgar esquelas. Y van dos. Más allá del inquietante ritmo al que se están publicando las necrológicas, el hecho de que no conocía a ninguna de las dos vecinas fallecidas resulta todavía más preocupante.
Podría decir que la comunidad es grande, no es solo el portal, sus ocho alturas, los dos pisos por planta en varias de ellas, sino que suma también otros cuatro o cinco portales. Conocer a todos los vecinos sería imposible, me digo, y sin embargo, en esta ciudad en realidad pequeña en la que se conoce todo el mundo, ¿qué sabemos de quienes viven en la puerta de al lado, en el piso de arriba?
Si hago repaso, recuerdo el nombre y el piso de casi cada vecino de la casa en la que crecí. El edificio era mucho más pequeño, no había ascensor y las escaleras eran lugar obligado de mínima charla. Unas décadas después, la cosa no pasa del hola, adiós, ¿sube o baja?, y ni siquiera en los buzones aparece el nombre de los dueños. Durante el confinamiento veía más que ahora a muchos de mis vecinos. Las ventanas, las terrazas, se convertían en el único terreno de relación en un momento en el que todos necesitábamos contacto. De aquellos aplausos de los que no salimos mejores, tampoco ha quedado una relación más próxima con los más próximos. Todo parece reducirse a este corcho con su media docena de chinchetas de colores.