La Navidad mítica de Cortylandia

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

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La irrupción de El Corte Inglés en 1986 lo cambió todo y pronto plasmarían sus espectaculares técnicas de márketing en Navidad

06 dic 2024 . Actualizado a las 10:22 h.

Si la nostalgia es el halo que dulcifica el recuerdo, en un terreno tan tramposo como el de la Navidad se deben tomar todo tipo de precauciones. Igual que para muchos no hay música mejor que la de su juventud, para la Navidad no existe nada comparable a aquellas de la niñez, cuando la fantasía era fantasía y la ilusión, ilusión. Por ello, conviene viajar atrás tomando precauciones, porque quizá aquel árbol añorado de los Cantones no midiera tanto como lo hace en la memoria.

Los niños de los ochenta vivieron en sus Navidades algo excepcional. La irrupción de El Corte Inglés en 1986 lo cambió todo y pronto plasmarían sus espectaculares técnicas de márketing En la fachada que da a la estación de autobuses instalaron Cortylandia. Y deslumbraron. Se trataba de un espectáculo con figuras mecanizadas que contaba una historia navideña y dejaba a los pequeños (y adultos) con los ojos como platos. No había niño en la ciudad que no pasase por allí para dejarse impresionar con aquellos pájaros que movían los ojos y pestañeaban. Hiciera o no frío, resguardados dentro del abrigo y envueltos en bufandas, de allí no se iba nadie hasta terminar la función. Llegado el final, la muchedumbre salía de cantando eso de «Cortylandia, Cortylandia, vamos todos a cantar, alegría en estas fiestas porque ya es Navidad».

Cada año, a primeros de diciembre, la excitación mandaba en los hogares: «¿Ya han puesto Cortylandia?». Sencillamente, no había nada comparable. La tradición siguió en los noventa hasta quedar aparcada luego, como un hito navideño insuperable. Porque vale, a cierta edad la añoranza empuja a exagerar lo vivido: «¡Ya no hay Navidades como aquellas!». Pero en el caso de Cortylandia es verdad. Los que lo vivieron me darán la razón.